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La eucaristía: fuerza unificadora de la humanidad

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SANABRIA.OBISPOCelebramos hoy la fiesta del gran misterio que es el corazón de nuestra fe. El papa Benedicto XVI escribe: “La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el sacramento por excelencia; nos introduce anticipadamente en la vida eterna; contiene todo el misterio de nuestra salvación, y es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia”.

La Eucaristía tiene una fuerza tan grande que es capaz de juntar los polos más distantes.

Oscar Wilde escribe esta fábula. Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente.

Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.

Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó: inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto. La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.

La Eucaristía es un poderoso imán con la capacidad de unir lo que humanamente resultaría imposible. Comienza uniendo el cielo con la tierra. Jesús es el Pan de los ángeles, es el Santísimo Sacramento ante el cual debemos caer de rodillas para alabarlo con todo el afecto de nuestro corazón, porque ha venido de lo más alto del cielo; pero ha descendido a lo más bajo del mundo, a la ruindad del pecado y a la vergüenza de la pobreza, para rescatarnos, de ahí que ante los pobres y pecadores tenemos que extender la mano compasiva y caritativa para rescatarlos de sus miserias. La Eucaristía junta el cielo con la tierra. Junta alabanza y caridad fraterna. No puede haber un buen cristiano que no caiga de rodillas para alabar al Señor y que, a la vez, abra caritativamente su mano para ayudar al hermano pobre.

La Eucaristía como imán tiene la capacidad de juntar pasado, presente y futuro en una única historia de salvación. El Antiguo Testamento habla de la promesa de la salvación, sellada en la cena de la pascua judía (Cfr Ex 24, 3 - 8) En el Nuevo Testamento se cumple a cabalidad la promesa en el cenáculo donde el Señor celebra la Eucaristía (Cfr Mc 14, 22 – 26). Allí, el Maestro “no usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna” (Heb 9, 12). Más aún, la Eucaristía nos pone en actitud de esperanza, de cara al futuro, pues debemos soñar con el gran banquete de los hijos del Señor, “y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna” (Hb 9, 15). La Eucaristía nos ayuda a unir logros y fracasos, errores y aciertos, caídas y levantadas, en una sola y única historia de salvación que celebramos en la Eucaristía.

La Eucaristía tiene la potencia para unir a todos los pueblos del universo, a todas las razas existentes, a todas las personas, sin distinción alguna en un solo pueblo, su Iglesia. El pan, formado por muchas espigas de trigo que se muelen, y el vino formado por muchas uvas que se exprimen, son el mejor signo de la unidad eucarística. Las divisiones y las discriminaciones son un escándalo; la unidad en la diversidad es la tarea a la que nos impulsa la Eucaristía. Necesitamos unir nuestros pueblos y países. Necesitamos derrumbar barreras de clases sociales que se odian, para pensar en la fraternidad y la solidaridad que nos unen. La división no es cristiana; la polarización es un escándalo. Necesitamos unir a la humanidad en la conciencia de vivir juntos en la casa común, a la que tenemos que cuidar. El desinterés por el bien de la sociedad no se puede entender desde la fe. La Eucaristía nos une, nos junta, nos fortalece, nos anima a ser pueblo y a vivir pensando como hermanos y no como enemigos.

Podemos decir con toda verdad, también con toda esperanza, que la Eucaristía es la fuerza unificadora de la humanidad sin que nosotros, las limaduras de acero nos demos cuenta. Necesitamos celebrar la Eucaristía con fe, pero también imprimir en la sociedad el deseo de juntar el cielo con la tierra, de hacer una sola historia de salvación entre aciertos y desaciertos, un solo pueblo en el que se unen las diversidades. Especialmente en este domingo cantemos con el salmista: “Alzaré la copa de la salvación invocando tu nombre, Señor” (Sal 115)

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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