En su debut en el plano internacional, Caribbean Storm finalizó en la cuarta posición de la Liga Sudamericana (Final Six), con un saldo total de cuatro victorias y tres derrotas en siete partidos; un hecho histórico, pese a no conseguir el objetivo principal, reconocido por los rivales a quienes enfrentó, los directivos del torneo y la prensa nacional e internacional.
Sin embargo y a pesar del reconocimiento general, quedó la sensación de que se habría podido llegar, por lo menos a disputar la final. Parte fundamental de esta gesta fue el coach raizal Luis Beleño, quien en dialogo con El ISLEÑO, narró, desde su opinión, cuáles fueron los aspectos claves que impidieron quizá, que el equipo isleño llegara más lejos en el certamen internacional.
Competencia local, clave
"Nos encontramos con equipos de Argentina, Uruguay y Paraguay, que tienen una vasta experiencia en ese tipo de eventos; ellos se venían preparando, sus torneo locales son más extensos y competitivos, y por ende tienen más más 'kilómetros'", comentó Beleño, agregando que Caribbean fue 'la Cenicienta' del torneo.
A pesar de ello, el coach resaltó que "hoy somos cuartos y pudimos competir de 'tú a tú'; el resultado final no fue un puesto en el podio más alto, pero sí la experiencia fue muy grata y esperamos que para una próxima opotunidad se pueda representar mejor tanto al país como a las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina".
Inexperiencia y ansiedad
Además, para Beleño factores como la inexperiencia en este tipo de torneos, así como la ansiedad por disputarlos y hacer un buen papel, jugaron en contra del equipo, sobre todo en los arranques de cada partido, períodos que aprovechaban lo rivales para asumir el protagonismo y doblegar al quinteto isleño.
"En mi análisis, tanto en el contenido táctico defensivo y ofensivo, la ansiedad de pronto nos venció por estar en un escenario (Montevideo, Uruguay) no muy conocido; no obstante el equipo estaba consciente, tenía las ganas y reaccionaba en los mismos partidos, pudiendo remontar, como en el caso del local Peñarol y San José de Paraguay, que pudimos neutralizarlos", explicó.
De los partidos finales, sobre todo en el cruce con Instituto (Argentina) en las semifinales, Beleño reconoció que hubo falencias en la parte ofensiva, que fueron aprovechadas por los rivales; "contra esos equipos uno no puede cometer errores, porque son muy organizados, tanto defensiva como ofensivamente, sin embargo, para mí es una buena experiencia, nos deja muchas lecciones".
En ese sentido, el coach enfatizó en la necesidad de prepararse de la mejor manera, tener una nómina sólida y poder competir nuevamente de 'tú a tú' con equipos élites.
Pesaron las ausencias
"Las directivas del club van a hacer un balance y una evaluación de todo lo que se hizo; se va a organizar bien para poder tener un equipo competitivo para el otro semestre e ir moldeándolo para que pueda representarnos de la mejor manera en los torneos en 2024".
Para Beleño, otro aspecto clave fueron las ausencias de nombres importantes en el título de liga obtenido en el primer semestre del año: caso puntual de Andrés Ibarguen y Romario Roque, "jugadores que marcan diferencia y tiene números semejantes, incluso mejores, a los refuerzos extranjeros".
"Sus ausencias marcaron tendencia, porque el funcionamiento del equipo giraba alrededor de ellos; no significa que las piezas que teníamos no fueran valiosas o no funcionaban, pero tenerlos a ellos era un plus", precisó.
Seguir mejorando el baloncesto local
A pesar del buen año del club, una de las críticas más recurrentes por parte de la afición isleña es la falta de oportunidades y protagonismo de los jugadores de la isla en el equipo… Sobre ello, Beleño comentó que el jugador sanandresano debe seguir preparándose y mejorando: "no es lo mismo jugar el torneo tradicional de diciembre, a un torneo profesional y más uno de talla internacional... hay que estar al nivel de eso",
"A nivel profesional se ven muchos casos, como en el fútbol, incluso en Titanes, ¿cuántos barranquilleros tienen exactamente en su nómina? Creo que no es entrar en regionalismos, sino en ver cuáles son las necesidades y trabajar con base en eso", agregó el coach.
Además, hizo énfasis en que el jugador isleño debe ser profesional en todo el sentido de la palabra: "no es solo ser profesional: es la ejecución y práctica; hablar, conducirse y actuar como tal".
Hizo falta Ginnie Bay
Entre las consideraciones finales, Beleño también habló sobre lo difícil que fue disputar las finales de la Liga Nacional en Barranquilla, jugando precisamente contra el local Titanes: "ningún equipo juega cómodo en San Andrés, tenemos una de las plazas más calientes y la mejor afición, queda ese sin sabor (…) y esa lección aprendida".
"Nuestro balance general es que se hicieron las cosas bien, con lo que se tenía. A veces los procesos no derivan en resultados de medallas de oro ni trofeos, los procesos se hacen y se consolidan por medio del trabajo... Titanes había sido el único equipo en Colombia que había pasado de fase, y nosotros pasamos de dos; creo que eso es un plus de resultados para sentar un precedente para el futuro", concluyó el coach, motivado por lo que viene y orgulloso por lo hecho.
Un isleño en la olla de Asia
Siento que a muchos les pasa como a mí, que veo, siento y disfruto los sabores y los placeres de nuestras islas sin estar allá, gracias al poder de la nostalgia. Ser parte de una comunidad multicultural que me da herramientas de adaptación a donde voy, y el formidable orgullo de haber nacido en un sitio único y especial a donde van de todo mundo.
Intento ahorrar la crónica de las consecuencias emocionales de volver al Asia después de una ausencia de cuatro años debido al Covid. Pero no puedo. El reencuentro con un paisaje, una cultura y una cocina tan distante pero tan familiar ha despertado una profunda nostalgia por Providencia que ayuda a superar la distancia.
Evocan profundas memorias y recónditas cargas emocionales que nutren aún más el inquebrantable anclaje emocional, intelectual y cultural que tenemos todos los isleños con nuestras islas. Llamarse isleño es un privilegio superior a ser de abolengo. Aunque, hay que decirlo, en nuestras venas sí corre sangre azul caribeña.
Una separación física involuntaria por precaución debido al intento de mejorarlas a través de una veeduría social que involucra contar lo necesario para poder liberarlas del peso de la corrupción, es atenuada y armonizada siempre por mediante un anhelo nostálgico por lo familiar de unas islas en constante movimiento por el peso del sincretismo cultural y la constante ‘creolización’ que da forma e identidad a la naturaleza creole de la mayoría de isleños.
Las islas no sólo están aquí conmigo en los olores, sabores, el paisaje montañoso, las flores, los árboles, sino también en las preocupaciones y en el intento de desarrollo sin comprometer la identidad, la cultura y el medio ambiente. Todo es parecido en un mundo completamente distinto.
Consuelo e identidad en la comida
La comida es de los enlaces culturales que más genera una conexión distante con nuestras islas y a la vez la habilidad de acercarnos a otros países, y así cerrar la brecha cultural con tierras lejanas y extrañas. A la diáspora raizal e isleña nos brinda consuelo, sentido de pertenencia y renovación del espíritu de apoyo a nuestras tradiciones.
Es un ancla tanto intelectual como emocional. Porque evoca poderosas fuerzas y un sentido de pertenencia que la distancia y los 30 años –en mi caso– de estar alejado no han reducido ni un ápice. Cada bocado desencadena recuerdos valiosos, despierta y acentúa aún más la intrincada relación que hay entre comida, memoria, nostalgia y compromiso personal y cultural con ‘la tierrita’.
Una profunda conexión que también permite entender cómo las experiencias culinarias dan forma a nuestras identidades y fomentan un sentido de pertenencia. Cada mordisco reconecta con nuestras raíces. Cada plato transmite historias de quienes nos precedieron, uniéndonos a nuestros ancestros y a sus lugares de origen. Son naves que conectan culturas y generaciones: los no raizales aman nuestro rundown y nosotros su sancocho. En el Asia me siento en una segunda casa.
Siempre busco similitudes con las islas, porque el ejercicio nutre aún más la experiencia y el aprendizaje. Estoy en Luang Prabang (Laos), sitio patrimonio de la humanidad. Aquí hay también mucho mango, coco, y ‘jumbalín’ (grosellas) que comen crudo con sal y picante. No hay ‘stinking toe’ (cañafístula) pero algo parecido que comen verde. Usan la flor del banano para hacer ensaladas y sazonan el pescado con ‘fever grass’ (limonaria). Con el ‘tambran’ (tamarindo) preparan mermeladas o una deliciosa salsa para la carne. Hay sabor y sustancia en todo.
Nosotros no comemos ranas ni serpientes como ellos, pero sí mucho arroz y cerdo, aunque éstos últimos fueron llevados al Caribe como parte de la empresa colonial europea y no por los chinos, los únicos asiáticos que hicieron un aporte al ADN cultural raizal.
Nuestra cocina se engloba en diversas culturas e influencias culinarias y evoca memorias de inmigrantes que formaron nuestra comunidad. Es una fusión de platos británicos, españoles, africanos, y amerindios (más recientemente costeños y sirio libaneses). Una combinación única. Los cerdos y el breadfruit llegaron de Jamaica y el arroz llegó con los españoles. Por eso la expresión entrañable de antaño que definía a los españoles como ‘paña rice guts’ (españoles, estómago de arroz).
Pero volver al Asia no es sólo una emocionante aventura culinaria. Es también poner en perspectiva las preocupaciones que muchos sitios como San Andrés y Providencia enfrentan. Ellos también pelean para que los cambios y la modernidad se aprovechen sin estrujar y lastimar lo que tienen.
Poco cambia en Luang Prabang, ubicada encima de una península sobre el majestuoso río Mekong, famosa por sus casas vernáculas y coloniales estilo francesas y por sus 36 templos budistas de inmenso valor histórico y de peregrinación. Ellos no se dejan abrumar por los turistas ni por las fuerzas de la modernidad y de la globalización. De hecho, su identidad y su pasado dictan su protección y su futuro, algo que no debemos olvidar en las islas.
Permite ver el desarrollo desde una perspectiva constructiva y no destructiva. De que manejar la dependencia económica en el turismo y a la vez asegurar una frágil cultura y espacio natural depende de un balance adecuado enfocado a orientar el turismo hacia lo cultural, la naturaleza y, desde luego, la comida, con modelos responsables y sostenibles que respalden fuertemente a las comunidades locales.