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Viajes en el tiempo

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EDNA.RUEDA02ENBLos oasis de normalidad que su mente envejecida tenía, le daban cada tanto un espacio seguro, mientras le permitían hacer una evaluación lacónica de su deterioro.

Se encontraba en esos momentos esquivos, rodeado de cuidados que suponía innecesarios, y entendía durante esos breves espacios de cordura que, a pasos agigantados, estaba perdiendo la razón.

De la rápida valoración que alcanzaba a hacer en las fases de lucidez, concluía que lo suyo era una demencia y que por períodos cada vez más seguidos, su envejecido cuerpo se mantenía en esta dimensión, mientras su mente viajaba al pasado, desconociendo cualquier memoria posterior a su juventud.

Cuando el viaje en el tiempo se producía, rechazaba a sus hijos y a su perro, la muerte de su esposa, el cambio de casa, o el presidente actual. Se repudiaba en el espejo, y no podía traer hacia sí, algún recuerdo que hilara la historia entre su último momento registrado y el hombre viejo que lo imitaba en el reflejo.

Súbitamente aparecía en lugares que le eran totalmente desconocidos, con personas que vestían de manera absurda y se encontraban abstraídos mirando una pantalla que parecía cosida a sus manos, una que cada tanto alejaban a distancia del brazo, para mirar coquetamente y ajustar sus bocas como anos de patos estreñidos, registrando sin pausa cada minuto de sus vidas para seguidores imaginarios, acortando a frases sin contexto obras literarias enteras y robando el crédito de citas extraordinarias.

Cada vez que se iba al pasado, lo primero que hacía era preguntar por ella, y cada vez, cuando le era explicada su ausencia, la lloraba de igual manera. No había forma de entender su muerte, no recordaba haberla visto enferma, o preñada, o triste, no sabía de ella nada más que la sensación de humedad que le daba su recuerdo, y por alguna razón su nombre venía con un olor a jazmín y un vacío inexplicable en el diafragma, algo, que en algún momento podría llamar amor, pero que también empezaba a diluirse.

En su último momento de clarividencia, pidió a cualquier ser superior que estuviera atento a su oración, que no lo dejara vivir un día si olvidaba esa sensación que ella le provocaba, si se iba también su nombre, si dejaba de oler las flores, de suspirar sin explicaciones, si se iba el dolor que sentía nuevo cada vez que le contaban su muerte, entonces no habría una razón lógica para conservarse en este plano.

Al menos uno de los dioses que se encontraban desocupados esa mañana, lo escuchó, y antes de cortar el último hilo que sostenía su historia, le permitió soltar el cuerpo apergaminado que lo ataba.

Para darnos consuelo, suponemos que, en un plano distinto, las moléculas que arman el olor a jazmín mantienen unidos estos dos viajeros en el tiempo.

 

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