Lejos, muy lejos quedaron los tiempos de respeto por la vida y por la integridad personal en estas islas que encantaban por el don de gente entre sus pobladores.
Mas lejos aún, perdido en el recuerdo aquel registro de cómo en el archipiélago nuestro durante diez años continuos nadie mató a nadie, algo difícil sostener ahora durante una semana.
Muertes violentas por doquier, por motivos diversos, que denotan desprecio por la vida ajena y propia, y que con ella se pagan deudas, se cumplen promesas, la vida se da en prenda para garantizar cumplimiento en actividades tráfico de sustancias y elementos ilegales o se entrega como en la ruleta rusa.
Obviamente hoy los hechos de sangre nos escandalizan, en ello fijamos la atención pues nos causa temor, miedo, terror porque esto acontece en nuestro vecindario, en las calles que frecuentamos, en horas hábiles en los que acostumbramos estar en tareas cotidianas. Y también nos daña el negocio del turismo.
Pensándolo un poco más, es fácil observar la escasa moral, como decimos en círculos castrenses, por la falta de principios y de valores que son los que forman la coerción en una sociedad de bien para su convivencia pacífica.
Los principios son leyes interiores que conducen nuestro comportamiento en grupo cimentado en una comunidad con valores compartidos entre todos como la fe, las creencias, las guías espirituales, lo que sobrevive a lo material como lo es la ética, lo que nos hace humanos y racionales, lo que nos da una visión como luz y una misión como camino.
Este archipiélago antes de gente de principios y de valores formados tradicionalmente bajo buenas maneras, del respeto, la sana convivencia y la solidaridad que no se ha sostenido en el tiempo en parte por la presencia de la mayúscula influencia de una conducta adoptada y generalizada en que el fin justifica cualquier medio o forma de lograr y obtener el éxito, la posesión indebida, la ventaja, o simplemente el pan del día.
Pero la moral social no se pierde de un día para otro, ese deterioro fue paulatino, a veces casi imperceptible, aceptando lo indebido nos hemos acostumbrando a la falta de valores y de principios hasta que los sicarios nos prendieron el despertador para hacernos recordar todo lo del día anterior en que toleramos las comisiones en las contrataciones oficiales, en que permitimos la compra de nuestro voto, en que quebrantamos las normas para favorecer, dar o tomar ventajas, en el que olvidamos aquello de que el bien general debería estar encima del interés particular.
La corrupción aparece por ausencia de principios y valores, aparece por la arbitrariedad, por la falta de tolerancia, aparece por el monopolio de unos sobre los bienes de todos que son los bienes públicos.
Es corrupto romper las normas que nos deben hacer iguales ante la ley, en provecho propio o ajeno.
No es posible una sociedad gobernada por la fuerza de las armas, no soñemos con tener un policía al lado de cada ciudadano sea para protegerlo o sea para vigilarlo, eso es una utopía. La sociedad se construye con principios y valores donde cada miembro lleva en su espíritu un alma de ciudadano, un querer cumplir con las reglas de respeto y de convivencia.
Cuando toleramos y no judicializamos a los corruptos, a consecuencia de ello, otros grupos excluidos del “maná” se abrogan el derecho de romper las reglas de la sociedad y del Estado ante el ejemplo casi siempre exitoso que tienen los delincuentes llamados de cuello blanco, encubiertos por la cómoda circunstancia de no ser delatados por sus cómplices y ni siguiera por sus víctimas, que en ocasiones lo somos todos los demás.
Kent Francis James
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