Cada cuatro años la política nos trae al mismo punto. Como si diéramos un giro de 360 grados. La elección presidencial despierta las mismas emociones, la misma sensación de otro gran engaño del gobierno anterior, la misma enorme frustración y voluntad de sobrevivir al desastre como sea.
En fin, la misma sensación de estar atrapados en un pasado sin salida, pues vuelven a aflorar las mismas ganas de sacar a los corruptos del gobierno con la misma ingenuidad con la que lo hemos hecho durante toda la historia política de Colombia.
Pues bien, no dejarse arrastrar por la furia del viento de la retórica de los políticos de turno que, precisamente, buscan más enardecer que mostrar al ciudadano los caminos hacia el futuro, sería una de las cosas que deberíamos dejar de permitir para no caer en la maquiavélica manipulación que esto conlleva. Un cambio trascendente sería también pensar más en nosotros y hacia adelante que en sí mismos, pues así podríamos ver con más claridad los nuevos caminos a recorrer.
De tal manera que el voto que estamos pensando depositar en las urnas el 19 de junio próximo más vale que sea un voto limpio de tales asperezas. Ese voto requiere de la mente y las manos de un elector consciente de su cardinal importancia, que piense más en la nación que en la animadversión. Pues, se trata de un voto definitorio del rumbo que debe tomar Colombia en los próximos cuatro años.
Por ello, aparte de los atributos personales del candidato que nos proponemos elegir como presidente de la república, es fundamental esforzarse por estar bien informado sobre las promesas puestas a consideración de la ciudadanía. Igualmente, ver bien que se trate de propuestas que muestren una clara tendencia hacia un fin único, la construcción del camino a través del cual el país pueda salir de la crisis en la que lo deja el actual gobierno y transitar hacia el futuro anhelado para dejar el pasado en el lugar que le corresponde en la historia.
Nada contribuiría tanto a la tranquilidad de Colombia que su voto y el mío estén motivados por la paz, la reducción de la pobreza, el crecimiento económico tanto en el campo como en la ciudad, y contra la corrupción enclavada en todos los sectores de la sociedad, entre otros elementos de juicio.
Por estas razones, es necesario estar consciente entonces de que la elección del próximo Jefe de Estado colombiano deberíamos hacerla no llevados por un estado de ánimo atizado por una irrealizable frase elocuente, sino por la responsabilidad de cambiar nuestra compleja realidad. Y tal nivel de compromiso no se alcanza dejándose alterar por los febriles mensajes de los candidatos y sus seguidores que riegan a diario por todo el espacio cibernético de las redes sociales.
Que nadie tenga tiempo de ponerse a comparar con la realidad lo que dicen las plataformas virtuales, es a lo que mejor le sacan provecho los políticos. Por tanto, acudir a otras fuentes mejor informadas sobre los programas y proyectos que ambos candidatos presidenciales han propuesto es inexcusable en estos tiempos con tantos medios a la mano y diferentes formas de buscar información.
Hacer la distinción entre conocer al candidato y saber de sus propuestas, entre su retórica y su capacidad ejecutoria, entre el conocimiento del país y la manía de mentir, entre la razón y las frases efectistas, es lo que corresponde hacer a conciencia antes de votar.
De lo contario, estaríamos cumpliendo todas las condiciones de una nueva desilusión si se pone en el solio de Bolívar a alguien que surge de la nada prometiendo hacer milagros. Que de hacerse así constituiría otro arrebato emocional para apaciguar ánimos impacientes. Es decir, votar por el cautivador promesero y no por el que ya tiene bien demarcado el sendero.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.