Hace poco escuchaba la entrevista de un personaje, cuya identificación es irrelevante para el caso, en esa entrevista mencionó algo que llamó especialmente mi atención, relacionado con “la necesidad o afán actual por tener a alguien que nos gobierne”, se refería a la sociedad colombiana y al final lo relacionó con esta concepción patriarcal de tener una figura que nos diga que hacer, como una renuncia a nuestra libertad.
Para variar me hizo pensar en las islas, que aún con poco menos de un kilómetro de las costas colombianas y con toda una cultura de diferencia respecto a ese país lejano y ajeno, en algunos aspectos no diferimos mucho de uno de los males más arraigados de nuestro querido país, “los malos gobiernos” están por donde queramos mirar y no hace falta lupa.
Y bien podríamos quedarnos aquí listando las causas y sus consecuencias, que ya rayan en el hastío, porque no hay que hacer más que levantarse cada día en esta isla para tropezarse cada metro con las consecuencias de nuestros “malos gobiernos”, aunque las perdamos de vista resultado de nuestra anestésica rutina.
No será este el caso, porque en esa entrevista, el comentario sobre la necesidad de “alguien que nos gobierne” como sociedad, finaliza planteando que “quizá lo que necesitamos sobre todo es autogobernarnos” y esto llamó aún más mi atención, porque por un momento se me metió en la cabeza que, en este pedacito de tierra, quizá sea eso lo que nos hace falta más que nada, “autogobernarnos”.
Pero para continuar con esta idea, pensemos primero qué es gobernar, qué es gobierno. Entonces, en su forma más purista la palabra gobernar proviene del latín_gubernare que hace alusión a “pilotar un barco”, de allí que se relacionen los estados u otras entidades territoriales con “esos barcos” que requieren de un “gobernador” que los pilotee. Otros pensadores han definido el concepto de gobierno o de gobernar en dos sentidos, el primero tendría que ver con lo planteado en la definición anterior, en donde un “gobernante” hace uso de técnicas, redes, sistemas para direccionar a otros para avanzar hacía un camino específico, esto implica entonces ejercer un control en la conducta de los otros, es decir, el gobierno de los otros. Y en el otro sentido, una extensión de esta primera definición a la dimensión del gobierno sobre uno mismo.
Sobre este último sentido, bien podríamos pensar que autogobernarse es hacer lo que nos dé la gana sin medir las consecuencias de estas acciones en los otros o nosotros mismos o buscar nuestra felicidad a toda costa. Sin embargo, no vamos a filosofar mucho al respecto y suponiendo que ya hay unas reglas claras para actuar en sociedad, autogobernarse podría ser justo lo que requerimos en la isla para dejar de esperar que alguien más nos organice, nos mande o nos controle.
Por alguna razón los isleños estamos esperando que otros hagan por nosotros, lo que debería hacer parte de nuestros hábitos o responsabilidades como ciudadanos. Esperamos a que la policía sea quien controle nuestro comportamiento, esperamos que sean los agentes de tránsito quienes nos digan como conducir y como parquear, esperamos que alguien nos recoja la basura, esperamos que sea el gobernador o un pastor quien nos diga cómo vivir en armonía o como cuidarnos, esperamos desesperadamente que alguien ponga orden en las islas, porque aparentemente somos incapaces por nuestros propios medios de controlarnos.
Depositamos nuestras esperanzas de una mejor sociedad isleña en entidades, líderes, Dios, como si no gozáramos de la libertad de elegir actuar mejor. Nos hemos despojado de la capacidad más valiosa con la que cuentan los humanos, la capacidad de cambiar, de elegir cambiar.
Esa premisa, es la que nos ha permitido evolucionar como especie; si esto no fuera así entonces quizá aún estaríamos estancados siendo Australopithecus o Neanderthalensis o Erectus, o vayamos a saber qué. Por el contrario, cambiamos, nos adaptamos, conquistamos y creamos nuevas y diferentes formas de relacionarnos con nuestro entorno y con los demás. La posibilidad de cambiar para ofrecerle a esta isla mejores ciudadanos, ha sido anulada por justificaciones tan desgastadas e infundadas como “ser así y punto”.
¿Pero qué carajos significa “ser así”? Nos matamos entre nosotros porque “somos así”, nos importa poco o nada el otro porque “somos así”, lleno las esquinas de basura porque “somos así”, nos aprovechamos del otro porque “somos así”, continuo mi camino, aunque haya semáforo en rojo porque “somos así”, voy en contravía porque “somos así”, no respeto las filas porque “somos así”, echo el agua sucia a mi vecino porque “somos así”, no doy el paso porque “somos así”, pesco y como pez loro porque “somos así”, no respeto las vedas porque “somos así”, atropello al otro y no respondo porque “somos así” y el listado podría llegar a ser interminable porque “así somos”.
Sin embargo, en un año de elecciones, donde tendremos la oportunidad de cambiar algunas caras de las figuras políticas que “nos representan”. Un año en el que nuevamente aparecen salvadores hasta por debajo de las piedras a prometernos que son capaces de conducirnos hacía la grandeza de nuestras islas; no resulta aislada esta reflexión sobre gobernar y autogobernarnos.
Desde la esquina donde observo y desde donde me atrevo a lanzar estas palabras, evidentemente nos han golpeado “malos gobiernos”, algo mencionamos al principio de esta opinión. Y a estas nuevas o quizá no tan nuevas caras políticas habrá que exigirles que gobiernen como es debido y que conduzcan este barco hacía mejores destinos. Sin embargo, aún más urgente es que nos revisemos y nos cuestionemos sobre qué tanto de eso que le pedimos a quienes “nos dirigen”, realmente depende de nosotros mismos. ¿Qué tanto de lo que realmente necesita esta isla para iniciar un cambio, reside en una decisión individual y una determinación diaria de autogobernarse?
--------------------
Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.