Al igual que un convoy el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina tiene una vida propia, que así esté aislado de tierra firme se ve sujeto a los vientos que vienen desde la zona continental.
Éstos, los vientos, apuntan a una situación de riesgo o de calma ‘chicha’, donde la tripulación se ve obligada a realizar maniobras de riesgo por mal tiempo. En este punto es cuando se mide la pericia de la tripulación y la fortaleza de cada una de las naves, puesto que, de mantener el rumbo actual, son pocas las posibilidades de llegar a puerto seguro.
En términos marítimos, Tack y Jibe son maniobras peligrosas en mal tiempo. Situación a la cual ha llegado el turismo como único combustible con el que se mantienen encendidos los motores de estas naves.
Veamos antecedentes: se ha contado con el beneplácito del turismo costarricense, panameño, canadiense, alemán, italiano, brasilero, argentino, chileno, entre otros.
Se ha pasado desde ‘treinta kileros’, turismo de compras, de sol y playa, más barato, sin cinco y masivo, por mencionar algunos de los motes con el cual se identifica la carta de navegación.
El actual se distinguiría como ‘el despelote’ si tenemos en cuenta el comportamiento del visitante. Despelote en las vías y playas, en el ‘path way’, en el uso mismo de los servicios turísticos, consumo de alcohol y estimulantes a punto que hasta ‘en pelota’ recorren calles, comercios, zonas bancarias y restaurantes.
Hay que evaluar a qué visitante se ofrece las islas y desde allí adecuar la infraestructura suficiente para satisfacer sus necesidades sin deterioro de las bases fundamentales: la comunidad local y el medio ambiente.
Pero eso es lo de menos, el gran despelote está en el frente interno: gobernanza. Décadas tras décadas de imposición de gobiernos de compraventa del voto, han dejado huella en infraestructura, medioambiente y en el buen vivir del tejido social en el archipiélago.
Agregando elementos a las pruebas de los desaciertos, cabría preguntarnos, además: ¿Qué de la seguridad ciudadana? ¿Qué de la calidad alimentaria? Y, claro está: ¿en qué estado se encuentran los servicios públicos?
Y agregando a la interminable lista de interrogantes ¿Qué se dirá de la calidad de vida? Y por último. ¿Qué del sistema de salud? En que las palabras mágicas siguen siendo el "llévame a tierra firme" de antaño.
Hablemos claro, si en los '60 se buscaron soluciones para un mejor vivir en las islas, actualmente nos preguntamos si las mismas islas serán habitables en pocos años y qué calidad de vida se tendrá en ellas.
Así las cosas, tan solo es salir a caminar sobre andenes desbaratados, invadidos por la maleza, ausencia o desactualización en señalización, postes deteriorados y tendidos de cables en el peor estado y presencia, lotes y construcciones abandonadas –al uso de malandros–, automóviles abandonados en vías y parqueaderos, en pocas palabras: suciedad por abandono empresarial e institucional.
Empecemos por la raíz y es simple: elegimos mal, la misma democracia está corrupta por permisividad del elector. ¿Prueba? Observa los últimos gobiernos; así lo demuestran los hechos y son contundentes.
Hay que hacer girar el barco para cambiar de rumbo porque la dirección de viaje actual ya no es posible ni segura. Así sea virando para dirigirse contra el viento, apuntando lo más alto posible para mantener las velas llenas.
Lo que no pondré en duda es la calidad de la tripulación local, porque la hay, jóvenes raizales, ‘half and half’ y ‘panias buais’ con capacidad de discernir con criterio para salir de la mediocridad, diversificar en bienes y servicios, pensar en seguridad alimentaria, fomento de industria local, empoderamiento empresarial y más que todo, invertir en la gente.
ADENDA: ¿Qué decir del deplorable estado de abandono de la edificación donde se planeó la nueva sede para la Defensa Civil en cercanías de la pista del aeropuerto? ¿Acaso no hay otra opción que la desidia?
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.