La verdad, dolorosa y triste, además, es que los habitantes de la isla de Providencia no han tenido un solo día de consuelo tras el paso devastador del huracán Iota. Todo lo que han tenido durante este tiempo es un permanente duelo que libran cada día contra la desdicha imperante y los funcionarios del gobierno que van y vienen cargados de promesas y pocas obras.
Van 207 días de haber quedado sin casas donde vivir dignamente y el problema sigue. Nadie puede aguantar tanto, así de desguarnecidos y desamparados como están ellos. Ciertamente el gobierno nacional ha hecho algunas cosas puntuales tras el evento catastrófico; tratamientos paliativos, principalmente, que han producido satisfacción mínima y temporal, mientras que el retorno de la tranquilidad de antaño sufre aplazamientos desalentadores constantemente.
Ya la Tierra ha dado —otra vez— media vuelta al Sol y sigue girando sin parar y la gente ha vuelto a toparse con la temporada anual de huracanes y los fuertes aguaceros que traen consigo el cumplimiento de los ciclos naturales, los cuales suponen para los providencianos más desconsuelo y angustia por no contar siete meses después del desastre con los albergues apropiados o techos propios para resguardarse de estos embates de la naturaleza.
Como se puede deducir a partir esta situación, al gobierno colombiano le quedó grande el reto de reconstruir la pequeña isla de Providencia. Dos casas nuevas construidas en doscientos días habla muy mal de la capacidad de reacción del Estado colombiano para afrontar emergencias de esta índole. Un hecho que no dista mucho de los que le han antecedido, como el caso de Gramalote (Norte de Santander), por ejemplo.
El evidente fracaso en la atención de la crisis insular refleja un Estado desarticulado, menguado por obstáculos burocráticos y políticos, cuestiones contractuales diversas y un diálogo con la comunidad que no ha sido recíprocamente receptivo y, más bien, ha estado cerca de una relación dominante y jerárquica que se observa en su negativa a reconocer ante el mundo cuan inferior ha sido al desafío de recomponer la vida de los habitantes de una ínsula de apenas 18 km2 y al de probar que puede ejercer soberanía más allá del plano militar.
Para colmo, las penurias que padecen hoy los providencianos no se reducen a la falta de techo. La propuesta de reconstrucción tuvo que replantearse casi totalmente debido a que no estaba contextualizada, ni inspirada en un buen conocimiento de la historia, las tradiciones y los problemas de la isla. Además, la pandemia y sus efectos adversos engrandecieron los problemas de tal modo que la parálisis del turismo, la pérdida de empleos, la corrupción estatal y privada han agravado el descontento de los isleños.
A todo eso súmese la mínima capacidad de los gobiernos departamental y municipal para canalizar, expresar y articular efectivamente las demandas de sus gobernados. Como si no existieran pareceres conceptuales entre gobernantes y gobernados. Agréguese la negación permanente de los funcionarios a reconocer los errores cometidos y tratar a toda costa de proteger una imagen pública que delata una escasa empatía en estos críticos momentos. Y la incidencia de diversos intereses políticos nacionales y regionales que tratan de sacar provecho de la difícil situación dada la proximidad de la campaña electoral de 2022.
Todo eso, a propósito, ha logrado exacerbar el sentimiento antinacionalista de algunos raizales y puesto sobre la mesa otra vez la emancipadora idea de la Autonomía. Y no es para menos. Colombia ha vuelto a quedar mal con los isleños y ha sido difuso en la comunicación y la búsqueda de una conexión adecuada con los intereses sociales locales.
Y no sólo el gobierno. Los partidos políticos han sido los grandes ausentes en este escenario. Los parlamentarios, en general, que son los representantes directos del pueblo y capaz de encadenar lo social y lo institucional, les ha faltado ser más diligentes y dinámicos en la gestión ante las instancias nacionales para llevar las soluciones más pronto que tarde a los sufridos habitantes de las islas de Providencia y Santa Catalina.
Sumativo.- "Yo entono el canto de la exaltación y de la soberbia, / ya estamos hartos de plegarias y de zalamerías": Walt Whitman.