Transcurrido un mes del paso arrasador de IOTA sobre Providencia y Santa Catalina puede intentarse un balance y analizar algunas perspectivas de lo que viene. Aunque el balance no es del todo favorable ni las perspectivas muy claras, me atrevo a creer que puede darse una especie de parte de tranquilidad que quizá no todos compartan, pero que trataré de explicar.
Ante todo, hay que reiterar que la devastación fue total y que aún sigue siendo poco explicable que haya habido tan pocos muertos. También hay que señalar que la gente fue capaz de sobreponerse hasta cuando empezó a llegar la ayuda, que dada la ubicación y la condición insular de Providencia y Santa Catalina pudo ser relativamente muy rápido.
Ser una isla no fue un factor en contra, como se pensó al principio, sino un factor más bien favorable pues, a diferencia de los remotos pueblos del Chocó o de Amazonia e incluso del interior del país donde hay muchos lugares bastante inaccesibles, las fragatas llegaron en cuanto el clima lo permitió. Este ha sido otro factor que pude decirse ha sido benigno, pues el huracán amainó a los dos días y no solo barcos sino lanchas empezaron a llegar desde San Andrés con ayuda.
También el pequeño tamaño de las islas, que en un principio parecía desfavorable, ha actuado a favor. No me quiero ni imaginar que hubiera pasado en San Andrés con un huracán así, con una población mucho mayor. Lo que voy a decir debe ser interpretado con cuidado, pero si uno compara con lo ocurrido por el terremoto en el Eje Cafetero, o las avalanchas de Armero o Mocoa, lo ocurrido aquí resulta tener unas proporciones más manejables.
Y en gran medida lo han sido; mal que bien no han faltado el agua y la comida; la recolección de escombros y chatarra va al parecer bien, lo mismo que el arreglo de la energía y el acueducto, que esperemos quede mejor de lo que estaba. Las comunicaciones también se han restablecido al menos parcialmente.
Manchas
Lástima, es sí, que al gobierno se le haya olvidado que tenemos también que dormir y protegernos del sol y de la lluvia, que la solución de las carpas resultara tan precaria y que, además, se creyera que era solución al asunto de los refugios y condiciones de vida de la gente; y lo más grave es que sigue sin hacerlo a satisfacción. Uno parece que puede conseguir hasta un pedazo de plástico para tratar de tapar los huecos, pero no ayuda para instalarlos, así que la situación deja mucho que desear. Lo de los techos y refugios es quizá la gran mancha del proceso de ayuda.
Otra mancha es la mencionada falta de ayuda directa a las personas, en sus casas, por lo cual tuvimos que ser nosotros mismos quienes recogiéramos los escombros en nuestras casas, sacáramos una y otra vez el agua que entraba (y aún entra) por nuestros techos destrozados (los que quedamos con un techo) y mal que bien los arregláramos, para abrirnos un lugar donde dormir; todo esto mientras grandes contingentes de rescatistas, funcionarios, fuerzas militares y de policía pasaban y pasaban por la carretera, pero no por las casas.
No se entiende porque no podían ayudar un poco en las casas. Una mancha más fue y sigue siendo, aunque empieza a corregirse, el problema de la desinformación, tanto oficial como a través de los medios; y no me refiero a información sobre el huracán, que seguramente fue abundante en prensa, radio y televisión, sino para los damnificados, sobre la ayuda misma, sobre que estaba ocurriendo y que se estaba pensando.
Pasábamos largas horas arreglando lo que se podía, tratando de hacer más habitable nuestro refugio y esperando que alguien llegara a visitarnos, a preguntar quiénes éramos y como estábamos, a contarnos que se estaba haciendo y que podíamos esperar; por ejemplo, si alguien iba ayudar directamente o si, como finalmente ocurrió, teníamos que depender de nosotros mismos y de nuestros amigos y familiares; y en esas seguimos, con poco cambio.
Como lo mencioné, el pequeño tamaño de Providencia y Santa Catalina hace de su desastre algo manejable, incluso con las muestras de incompetencia que se han dado. Esperemos que los errores se corrijan y que todo fluya más rápido y mejor. Así, mi balance es que hasta ahora se ha podido manejar la situación, unas veces gracias y otras a pesar del gobierno, pero sobre todo por la capacidad de respuesta de nosotros mismos y en especial de la gente de las islas, hombres y mujeres, jóvenes, niños, viejos, hábiles marinos y polifacéticos trabajadores que se las han ingeniado para darse la ayuda que otros han tardado en ofrecer, otra que ya parece que no va a llegar u otra más que no llegó nunca y ya no se requiere.
Los ecosistemas y sugerencia final
Sobre el estado de los ecosistemas, no comparto del todo lo afirmado por el Instituto Von Humboldt y por Coralina, sobre que el 90% del bosque fue destruido; afectado si, y quizá hasta el 100%, pero esperemos que no destruido. De hecho, la vegetación empieza a reverdecer, mostrando que sigue viva en gran parte. La fauna muestra también signos de recuperación, aunque los colibrís desaparecieron.
Del mar dicen que hay mucha afectación de los corales, como es de esperarse, pero también cabe esperar su recuperación. Las playas de arena si desaparecieron y quien sabe cuándo se recuperarán; me temo que el proceso tardará por que quien sabe a dónde fue a dar la arena. Tanto en tierra como en el mar será conveniente pensar en cómo favorecer los procesos naturales de regeneración y en algunos casos reforzarlos con medidas de restauración. Pero hay que ser cuidadosos en esto.
Reitero, para terminar este incompleto balance: el desastre fue total y no debe minimizarse, pues para cada uno de nosotros es una especie de fin del mundo del cual deberemos rehacernos; pero lo que sí se puede es compararlo con desastres mayores para tener la certeza de que este puede y debe gestionarse de manera adecuada. Si no es así, no habrá entonces excusa posible.
Hecho este balance inicial, cabe plantearse algo sobre las perspectivas. Estas son quizá menos favorables. Puede pensarse, para empezar, en la situación económica. Supongo que la principal actividad que nos ocupe en los próximos dos años, al menos, sea la reconstrucción misma. El empleo que esta genere deberá destinarse en especial a los residentes, antes de traer mucha gente, que seguramente también será necesaria por un tiempo. Con esto podrán garantizarse unos ingresos que permitan vivir e irse recuperando.
Pero aun así muchos lo perdieron todo y no les será fácil reponerse sin una activa ayuda del Estado y de las personas; en este sentido sería urgente y conveniente establecer una renta básica para las personas más afectadas y desvalidas. Ya se había planteado está posibilidad cuando el coronavirus acabó con el turismo; ahora parece más necesaria, para que esas personas tengan con que vivir. Y tendría que ser una renta adecuada a los precios y dificultades de la situación.
De nuevo el pequeño tamaño ayuda pues, aún si fuera la mitad de los habitantes de las islas las que la requieren, se trata de un número muy pequeño de personas, apenas las de un barrio pequeño de Bogotá. Y controlar la especulación para que la plata alcance para algo.
¿Y las actividades productivas?
Las islas, en su conjunto, perdieron también la mayor parte de sus posibilidades económicas inmediatas. El turismo no parece susceptible de recuperarse en el mediano plazo: no hay hoteles, posadas ni restaurantes; tampoco hay playas. Quizá se podría promover algo así como un turismo de ayuda, gente que quiera venir a ayudar y pague por hacerlo; no sé si es un pensamiento muy extraño. En cualquier caso, será difícil alojarlos y alimentarlos. En el mediano plazo, quizá en menos de dos años, se puede, no obstante, esperar una buena recuperación del turismo y en ello debe jugar un papel crucial la adecuada reconstrucción de las islas.
Esta debe ser pensada más bien como una reestructuración, pues no se trata de volver del todo a lo de antes, y sobretodo no al monocultivo del turismo, ni del mismo tipo de turismo. El turismo de naturaleza deberá ser, probablemente, el modelo a seguir. Todo esto ligado a un modelo de prestación y pago por bienes y servicios ambientales relacionados con la conservación, recuperación y restauración de los arrecifes de coral y los bosques secos; sobre esto volveré en otro artículo.
El único renglón económico productivo que puede recuperarse rápido es, con toda probabilidad, la pesca. Pero en esto también hay que ser cuidadosos, pues no se puede volver a la sobrepesca ni a la pesca industrial, y hay que evaluar los recursos, que pueden haberse visto afectados por el huracán, antes de dedicarse a extraerlos masivamente. Los peces pueden haber disminuido por la destrucción de sus hábitats, como alguien me dijo que parece estarle ocurriendo con las langostas que, a falta de refugio, se mueven sobre los corales destrozados.
La pesca puede y debe empezar para abastecer a Providencia con comida fresca, que se puede pagar con los dineros de las ayudas y distribuir entre la gente y, en parte, vender a precios adecuados. La pesca con fines comerciales y de exportación solo debe emprenderse después de evaluar el estado de los recursos, pues podría generarse una presión excesiva sobre ellos.
No veo ninguna otra actividad productiva que pueda recuperarse en el corto plazo, pero si varias que, justamente porque se demoran, hay que emprender rápido. La primera es la agricultura, que puede empezar por los patios productivos biodiversos que propone Coralina. En este momento hay numerosas plántulas de frutales que pueden y deben rescatarse para fortalecerlos o, si es el caso, extraer para resembrar cuando pase la temporada seca que se aproxima. Hay sobre todo mangos de muchas variedades, tamarindos, grosellas, aguacates, que no solo pueden y deben volver a crecer sino convertirse en renglones económicos significativos a mediano plazo.
Providencia y Santa Catalina pueden volver a ser, en mejores condiciones aún, el huerto frutal que siempre fueron. A los agricultores hay que apoyarlos firmemente; por ejemplo, en la limpieza de sus fincas que están cubiertas por los árboles derribados y la maleza creciente. Recuperar frutales y otros cultivos en las fincas es urgente y debe aprovechar la mano de obra y las motosierras que tienen los rescatistas, antes de que empiecen a irse.
Otra posible, pero sobre cuya pertinencia debe pensarse seriamente, es la ganadería, que también debe recuperarse con cuidado y sin volver a la sobrepoblación vacuna que tantos daños ha dejado. Requiere así mismo apoyo para recuperar los potreros y remover escombros. La cría de cerdos, tan ligada a las tradiciones isleñas, puede emprenderse, pero eso sí creando las mejores condiciones para su práctica.
Habría que analizar otras actividades como la administración, el comercio y los servicios, que se cuentan entre otras necesarias y que pueden generar empleo. Pero por el momento llegaré hasta aquí, pues los lectores deben estar cansados y yo por cierto lo estoy. Buenas noches.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen