Cuenta el evangelista Lucas que Jesús, camino a Jerusalén “… cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella”. ¿Por qué lloró Jesús por Jerusalén? El mismo evangelista nos da la explicación: Jesús vio el castigo que se cernía sobre la ciudad santa y que de ella “no dejarán piedra sobre piedra”. Jesús tuvo lástima de Jerusalén. Por eso lloró.
El sentimiento que nace de ser testigos de los males y sufrimientos que otro padece, se denomina ‘lástima’. Es un lamento por el mal momento que está atravesando otro, y no tiene nada qué ver con vergüenza, disgusto, incomodidad o malestar. Lástima fue la que sintió Rafael Hernández Marín cuando compuso la canción ‘Lamento borincano’, al constatar la situación del campesino portorriqueño: “Sale loco de contento con su cargamento para la ciudad…”
Y lástima es lo que despierta nuestra isla cada día al despuntar la aurora (la diosa de ‘sonrosados dedos’) sobre el horizonte a espaldas del Jhonny Cay, pues uno quisiera ver ese magnífico paisaje que promociona esa industria sin chimeneas llamada turismo, vestido de verde con sus palmeras erguidas y orgullosas, y sus manglares rebosantes de vida protegida por las raíces que adentran en la mar.
Cómo no sentir compasión por San Andrés al ver las posturas ambivalentes frente a la problemática ambiental que se vive en el territorio: por ejemplo, en 2017 el secretario de Movilidad descartaba implementar el pico y placa vehicular por no conocerse “un número exacto de cuántas motocicletas y vehículos ruedan por las vías de San Andrés”.
Hoy se sabe que para el año 2025 estarán circulando unos 32.292 vehículos, uno por cada dos habitantes y las calles imposibles, los andenes rotos, la contaminación galopante, ¿qué se va a hacer al respecto?
Sí, el alma se aflige y siente lástima San Andrés, pues parece que no hay autoridad que cumpla función de máxima autoridad ambiental en esta isla. Los pequeños y grandes basureros a orillas de calles y carreteras no hablan bien de sus moradores. Las basuras se sacan a cualquier hora y el desorden está a la orden del día. ¿Por qué no hay manera de que quien con su negocio se lucra (lo cual es lícito) responda por los desechos que su negocio produce? La Ley 1258 de 2008 no solo la desconoce el ciudadano común, sino que la autoridad la ignora.
En programa del canal regional presentado el pasado 13 de septiembre sobre la incidencia de la “droga” en este paraíso terrenal, alguno de los jóvenes entrevistados decía que parte de la solución pasaba por las posibilidades y oportunidades laborales. Pero este trabajo debe ser de calidad y para ello se requiere una Educación de Calidad.
Una Escuela fortalecida no mendicante, unos maestros comprometidos con su proyecto de vida, pero teniendo como prioridad el niño que se le confía. Al ver la realidad de la Escuela, ¿qué sentimiento embargará el corazón de quien es testigo del futuro que se les está preparando a esos 9.909 niños nuestros que hoy “asisten” a la Escuela?
¿Qué otro sentimiento, si no es lástima, llenará el alma de quien se esfuerza por llevar formación verdadera, formación lúdica a nuestros niños? ¿Dónde están los parques, las bibliotecas, los centros culturales, los teatros, las escuelas de deportes que acojan a esos 16.794 niños y adolescentes que el nuevo comienzo acepta que hay, según su Plan de Desarrollo?
Si nos atenemos a las cifras oficiales, en el Departamento hay 10.731 jóvenes (18-28 años) que representan el 17,1% de la población del Departamento; tomando como referencia los informes que entrega el DANE, conocemos que en Colombia a julio de 2020 el desempleo juvenil era del 29,7%.
No conocer cuántos de nuestros jóvenes están sin trabajo no es impedimento para lamentarse por esos sueños rotos y esfuerzos familiares perdidos, de cientos de jóvenes de estas islas que terminados sus estudios quedarán condenados ‘hasta la hora de nona’ a ver quién los ocupa o en qué empresa se embarcan.
Finalmente, cómo no sentir lástima por nuestro Departamento cuando constatamos que los gobernantes insisten en poner “todos los huevos en la misma canasta” llamada turismo, como denuncia Fabio Gonzáles en su escrito: ‘Archipiélago sin hambre’. ¿Por qué insistir en “volver a lo mismo”, a ese turismo falso y depredador?; ¿por qué no invertir en la formación y preparación con calidad de la población para que sea verdaderamente libre y autónoma y no dependa de solo una actividad económica?
Por lo anterior y como el 28 de octubre fue el Día Mundial de las Ciudades, no queda mal recordar los versos borincanos: “Y triste el jibarito va / cantando así / llorando así / diciendo así por el camino: / ¿Qué será de Borinquén / mi Dios querido? / ¿Qué será de mis hijos/ y de mi hogar".
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.