Todos los días se repetían como en un bucle. Todos eran iguales, bellos, pero iguales. La pareja planeaba sus actividades de acuerdo al clima que casi siempre era soleado. Paseaban el perro, dejaban comida para el gato, regaban las plantas. Todo tenía una dulce rutina, cada uno sus labores tácitamente impuestas.
Al principio las conversaciones iban y volvían, cuando se conocieron había debates sobre política y arte, literatura e historia, estaban siempre en polos opuestos. Después redundaban en los mismos tópicos, se pusieron de acuerdo en casi todo, con ocasionales novedades impuestas, por ejemplo, por una película que interrumpiera su cotidianidad, la muerte de un conocido o la brisa que entraba con algo más fuerza que la esperada.
Mientras progresaba la relación las discusiones se acabaron, las largas disertaciones se volvieron monosílabos, levantadas de ceja, sonrisas y el constante asentimiento con la cabeza parecía ya un ejercicio aeróbico coordinado.
Pronto tenían tanto en común que empezaron a comunicarse sin hablar, él ya sabía cuándo tenía que comprar el pan sin levadura, y ella lo esperaba con un té en la puerta de casa si era lunes y hacia frio. Ya no había discusiones, todas las divergencias estaban agotadas, ahora eran como dos líneas paralelas que caminan juntas, pero no se interrumpen: la mayoría del tiempo un cómodo silencio envolvía el ambiente
No había productos nuevos que comprar en el mercado, no ensayaban distintas comidas por miedo a las alergias que ella tenía y que por misterio divino el terminó padeciendo. Los destinos de viaje eran siempre los mismos, también basados en los gustos que ya se habían hablado: ella resignó su gusto por los paisajes fríos y el dejó de lado su afición por los hoteles de media estrella y con baños compartidos.
Los colores de la decoración guardaban una rigurosa paleta y un brillo que recordaba constantemente la felicidad estática en la que vivía esa casa. No había ahí, espacio para nuevos muebles y los que ya estaban no daban señales de perder la lozanía, nada en ese ambiente controlado se mostraba si quiera cerca de provocar un cambio.
Incluso ellos habían empezado a parecerse, él tenía ahora la piel más oscura y a ella el pelo empezaba a encresparse, caminaban parecido, escribían parecido, los gestos ya no tenían distancia, llegaron incluso a usar los mismos lentes para leer, hasta sus miopías se habían sincronizado.
Tal vez por todo esto no notaron que al levantarse esa mañana un tejido cartilaginoso unía la cara externa del brazo derecho de ella y la cara externa del brazo izquierdo de él. Esa mañana ofreció un poco más de resistencia vestirse, quizás usar el inodoro fue algo más complejo, pero muy rápidamente se adaptaron. Se sentaron del mismo lado de la mesa y cada uno revolvió el café de su compañero, cortaron el pan, se secaron las bocas mutuamente con la servilleta y pasaron para el otro las hojas del periódico.
Tampoco les sorprendió como de apoco la fusión se había llevado un brazo completo y ahora contaban con tres extremidades superiores en vez de cuatro… desde el hombro hasta los dedos, la misteriosa extremidad era una mezcla perfecta de ambos: la piel hacia su transición discreta y sin grandes diferencias, los vellos tenían el grosor intermedio, y los dedos no podían diferenciarse si eran de uno o del otro.
Cada mañana parecían menos y menos un humano regular, y apenas unos meses después de que el primer tejido apareciera, eran nada más un cuerpo con dos cabezas armonizadas. Aun así, nada parecía perturbarles. Para este tiempo caminaban con las dos únicas piernas que tenían, y mientras uno tomaba el café, el otro mordía el pan, el uno rascaba la panza y el otro ojeaba el periódico. Con una normalidad pasmosa se fueron perdiendo en el cuerpo del otro. Pronto el silencio lo ocupó todo.
Un día el ser mitológico fue encontrado muerto: un cíclope sin boca, sin genitales, un ente de piel cobriza y pelo crespo. Parecía dormido, justo al medio de una cama inmensa. Todo en la casa se veía normal, todo parecía en su puesto y nada llamó la atención de las autoridades. Anotaron entre los hallazgos: “en la mesa de noche de la derecha hay un folleto para un viaje a una montaña con nieve, y en la mesa de la izquierda un libro de cocina con recetas exóticas”.