Como consecuencia de la ruptura de fronteras zoonóticas, la propagación del virus y su consecuente pandemia, la humanidad recibió el claro mensaje de que el sistema de vida de los humanos ha estado causando gran deterioro en los ecosistemas. En la actualidad se proponen diferentes marcos socio-económicos con el fin de mejorar nuestra relación con la parte viva del planeta.
Están orientados hacia la preservación, la rehabilitación y restauración eco sistémica y a ‘darle un respiro a la naturaleza´ de forma tal que ella misma se encargue de devolver el estado natural a los ecosistemas lesionados.
Lo social y económico no está exento de las consecuencias. La economía experimenta decremento conforme se observan más medidas de contingencia: cierre de fronteras, suspensión de vuelos o de traslados por carretera de ciudad a ciudad, hasta el encerramiento en casa y toque de queda obligatorio en países.
Frenar el contagio significó, además, frenar la economía desde el orden familiar, de ciudades, países o continentes enteros. Las islas del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina se han visto expuestas a éstas consecuencias. El turismo, su mayor fuente de ingresos económicos llegó al cero absoluto, sin pronósticos del para cuándo será el repunte. La futura reactivación del turismo mostrará sí se va de ida hacia un cambio favorable o se viene de regreso a lo mismo, pero con otro nombre.
Delicada situación cuando se tiene un estimado cercano a 18.000 camas disponibles para el turismo; en pocas palabras: hay camas para más del doble del promedio de visitantes de los últimos años; lo que no hay es infraestrucutra en servicios, ni para atender al lugareño.
En el otro extremo, la propuesta de ‘Economía Azul’, presentada por la Corporación para el Desarrollo Sostenible de San Andrés. Providencia y Santa Catalina (Coralina), implica encaminarse hacia un rumbo más amigable con el medio ambiente. Se rompe la dependencia al monoproducto como base única de la economía lugareña.
Los países con deuda ambiental, estarían interesados en la compra de bonos de carbono y compensar con dinero a quienes desarrollen proyectos de restauración de estos ecosistemas. Entre ellos, las praderas marinas, manglares, pantanos y humedales, donde se atrapan grandes cantidades de carbono. Pero no todo es belleza, proteger estos ecosistemas representa gastos que están relacionados a la conducta ambiental de los pobladores.
Allí la cosa pinta bien, no obstante se viene de regreso a lo mismo con el manejo de la seguridad alimentaria. Tema que si bien hace mella en el presupuesto familiar, entre las respuestas encierra la distribución equitativa del producto pesquero. Sin desconocer el autoabastecimiento por medio de huertas caseras y/o maricultura. Es decir, dar un paso atrás en la historia del archipiélago: el trueque, que por reverdecer la palabra, llamamos ‘economía circular’.
Queda pendiente lo más delicado de todo: el recurso hídrico. Tema que se agrava considerando los pozos sépticos que contaminan el subsuelo y la sobreexplotación actual que llevaría a San Andrés al caos total en el corto plazo.
Es incierto el rumbo que tomará el archipiélago, no se sabe si va o regresa. Año por año se ha estado desgastando el medio ambiente de forma abrupta se ha cruzado la sutil línea de la sosteniblidad, tras el oropel del turismo. ¿Será que ahora, el caballito de mar descansa camuflado, mientras busca protección en la frondosa barrera coralina?
Solo queda entonces, reducir las fuerzas de impacto para restaurar el daño causado a partir de una férrea política ambiental, acompañada del acatamiento de las normas por parte de cada ciudadano consciente y comprometido con lo significa vivir en una Reserva de Biosfera.
*Socio fundador de la ONG Help 2 Oceans Foundation.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.