Después de un largo mes de aislamiento físico, ya la mayoría de las personas han superado el síndrome de abstinencia y han logrado encontrar algo de gusto en estos días ricos en tiempo, si es que en nada más. Dejamos atrás el acelere con su adrenalina cotidiana, tratando de incluir tareas imposibles en las 24 horas del día.
Y descubrimos que hay vida durante y después del encierro; pero también comenzamos a entender que ésta, la vida, no volverá a ser como antes. Tomando distancia frente a las lecciones que estos días aciagos nos dejan, surge una pregunta mayor: ¿Para qué querría volver a la vida de antes? Eso sería ignorar lo que la tierra y la sociedad, a gritos, nos han dicho durante este periodo: que no estamos haciendo las cosas bien, que nuestro comportamiento es egoísta y lastima tanto a personas como a la naturaleza que nos rodea.
Si de toda crisis debemos aprovechar las oportunidades y lecciones que trae, debemos aceptar que mientras las autoridades se ocupan de atender la crisis de salud, que en estos momentos solo reitera que venimos perdiendo la materia en este sector desde hace años, hace falta que otro grupo de trabajo se ocupe de elaborar el plan con las estrategias para la reactivación económica de las islas, una vez se levanten las restricciones sanitarias; pensar en incentivos al turismo y el comercio, estimular otros sectores secundarios de nuestra economía para diversificar la canasta productiva local con el agro y la pesca, pero sin olvidar las nuevas oportunidades en servicios, como las que se apalancan en las industrias creativas y las ciencias, por ejemplo.
Es un tiempo adecuado para corregir el rumbo del modelo (inexistente) de desarrollo turístico de nuestro archipiélago. Evitar planes que privilegien la inmediatez, el facilismo, la visión cortoplacista, la improvisación y la mirada constante al ombligo por un plan que considere que nuestra supervivencia depende de la relación de respeto que establezcamos entre las personas que tenemos al lado y el ecosistema en que se desenvuelve la vida insular.
En todas las esquinas del mundo, ciudades y pueblos mares y montañas, hemos visto como la naturaleza no ha perdido un segundo para restablecer su orden, sin la presencia humana. En esa misma medida nuestros arrecifes y playas, manglares y montes deberían estar celebrando. Pero hay elementos donde el hombre debe intervenir para restablecer el orden alterado, como en la recuperación del frente marino, nuestras playas… Sin ellas, como islas, ¡estamos condenados a desaparecer muy pronto! O como en la limpieza marina, costera y de lotes olvidados; como en la resiembra de plantas nativas y de arrecifes asfixiados.
En lo social también tenemos tareas pendientes que en este momento debemos abordar, como la capacitación y entrenamiento de nuestra gente para responder a las necesidades de la vocación productiva de las islas –el turismo– pero empezando por entender que esta industria es, como los recursos vitales, finita. Si no la cuidamos y gestionamos de la manera correcta, desaparece y deja atrás miseria y destrucción.
Los productos turísticos a ofrecer deben consultar la demanda de los nichos que mejor responden a lo que las islas, en su fragilidad, brindan; considerar infraestructuras sostenibles y que reduzcan la demanda de los recursos no renovables del territorio, mejorar e incorporar la tecnología como la salida inteligente para organizarnos; que se involucren a los diversos segmentos de la población como parte de iniciativas innovadoras, más conscientes y acordes con el estilo de vida de las islas; que respeten la capacidad de carga del destino en general y los recursos turísticos en particular; con productos orientados a mantener las nuevas condiciones de distanciamiento saludable; con prestadores que entiendan que la seguridad es un valor y requisito indispensable para esta actividad.
La responsabilidad integral frente a la industria deberá motivar la gobernanza turística y a partir de ahí entender que se requiere satisfacer las necesidades básicas de la comunidad anfitriona para adelantar la puesta en marcha de las estrategias de competitividad y promoción.
Haría bien hacer de este momento el apropiado para sacar adelante un Plan Maestro de Gestión Sostenible del Turismo, con mirada a 15 ó 20 años, participativo pero orientado técnicamente, que se acoja y respete por la administración pública en todas las instancias, que los diferentes actores de la vida isleña hagan parte de su confección, más que por el protagonismo y las ventajas que pueda encerrar para determinados segmentos, por el interés común de la supervivencia y bienestar de todos los seres vivos que compartimos este territorio.
Sin duda, la sociedad está ávida de volver a la normalidad, pero no es la vieja normalidad la que yo creo que necesitamos, sino una más consciente y aterrizada, así como quiero que sea la industria del turismo.
Así, querría volver a la normalidad. Cuando lo normal sea la solidaridad con las generaciones actuales y futuras; cuando normal sea un ecosistema saludable; un sector productivo diversificado y comprometido con el bienestar de la gente de las islas; una administración orientada al servicio con transparencia y equidad; una comunidad nativa hermanada con los que vienen de afuera a visitarnos, pues no podemos dejarlos quedar; que el respeto y la gratitud vuelvan a ser lo normal…-Just sayin´