Nunca como ahora hemos estado en situación más crítica –a siete años del fallo de La Haya, que altera las fronteras entre Nicaragua y Colombia en perjuicio de lo nuestro–, por esta razón y en virtud de ella, hacemos importantes reflexiones sobre el presente del Departamento Archipiélago con desesperanza.
Una cultura étnica que nos pertenece, con idioma, creencias, conocimientos acumulados en un pueblo ancestral formado en estas tierras y mares por 400 años está en peligro de extinción por pérdida de su territorio e identidad.
Una limitada oferta de servicios y oportunidades en las islas es presionada por la demanda de una mayor cantidad de personas y de necesidades en conquista de los escasos espacios destinados a lo que debería ser una equilibrada vida en la declarada Reserva Mundial de la Bioesfera Seaflower.
La convivencia pacífica entre tanto es afectada, la seguridad amenazada, la integridad de las personas agredida en mayor frecuencia, la salud congestionada, gente intranquila, mentes perturbadas y la paz, como la luciérnaga, titilante.
La población en San Andrés, Providencia y Santa Catalina está cada vez más necesitada de establecer el rumbo a un desarrollo sustituto estable para hacer de estas islas y de su entorno un Destino Verde, un-slow down que preserve la vida en todas sus formas.
El buen vivir que prevaleció antes para la gente de esta región ha sido remplazado por la capacidad de consumo desesperado y desequilibrado. Celebremos entonces nuestro bicentenario (1822-2022), adaptando las medidas necesarias para sustentar y sostener lo esencial: el derecho a la vida en un ambiente sostenible.