Contrario a lo pregonado desde algunos cenáculos, las razones de estos alzamientos ciudadanos no están en el resurgimiento del comunismo ni en el llamado “castrochavismo”, ni en movimientos interesados en despedazar la democracia, sino en las desigualdades que se incubaron en la región hace largo tiempo, generando una inaudita concentración de la riqueza mientras la pobreza, la miseria y la falta de oportunidades para las mayorías se iban extendiendo de manera incontrolable.
El caso de Chile es ilustrativo. Se mostraba como el país que había alcanzado un nivel de crecimiento envidiable cuando era solo un espejismo que ocultaba realidades que ahora afloran en medio de la violencia y el cuestionamiento a las políticas que promueven la liberalización a ultranza del mercado y la reducción máxima del Estado.
En Bolivia la defenestración del presidente Evo Morales, llevó a un inesperado estallido de violencia que produjo varios muertos y afectó la gobernabilidad, lo que hace temer una guerra civil si no se encuentran caminos de reconciliación. En Ecuador el gobierno debió recoger sus medidas antipopulares para calmar los ánimos, mientras Venezuela continúa en crisis. Argentina prefirió volver al ‘Kirchnerismo’ ante la debacle neoliberal del presidente Macri, cercado por las protestas a lo largo de su mandato.
Con el Paro Nacional del 21 de noviembre, las diversas fuerzas sindicales, estudiantiles, indígenas, campesinas y sociales de Colombia, alzan su voz en favor de la paz y contra reformas que golpearían aún más su precaria subsistencia: pensional, laboral, tributaria, y tarifaria de servicios públicos.
Cuestionan también el asesinato de líderes sociales, indígenas y defensores de derechos humanos, y el incumplimiento de acuerdos pactados con maestros y estudiantes, a lo que se suma la defensa del medio ambiente.
El gobierno del presidente Iván Duque debe escuchar las voces que claman por una Colombia diferente, mucho más equitativa y cuyo crecimiento beneficie al grueso de la población que se siente excluida y sufre los rigores diarios de la desigualdad.
“El país entero está remendado con telaraña”, decía Toto Visbal en ‘La mala hora’ de García Márquez; y ya es tiempo de cambiar esa realidad que no es de ficción.