Percibimos las emociones propias y las de las otras personas de maneras distintas. Las positivas nos acercan a situaciones confortables, cómodas: generan una sensación de bienestar, algo similar a estar satisfecho, a comer un alimento que realmente nos gusta, a lograr un propósito que anhelábamos, a divertirnos.
Las negativas, nos devuelven en cambio impresiones desagradables, malestar físico, tristeza, ansiedad, dolor, incertidumbre.
Las emociones en los otros las censamos sobre todo en el lenguaje no verbal, que constituye el 95% de la comunicación regular de un adulto, y su ausencia se presta para tantos malos entendidos cuando el mensaje es solamente escrito, que no transmiten la emoción de la voz, los gestos que acompañan al mensaje y la intencionalidad al expresarlo. Para los seres humanos es muy importante la respuesta facial, los microgestos que tiene el receptor de nuestro recado. Somos sobre todo seres sociales y la interacción física con los otros nos alimenta.
Con la ‘virtualización’ de las relaciones se disminuye la oportunidad de hacer una evaluación reciproca en la una conversación, no se puede evaluar en un “chat” si el mensaje fue recibido con alegría o con asco, no hay posibilidad de modular el tiempo de respuesta pues depende de asuntos externos como la conectividad.
Ahora, el lenguaje no verbal no solo es visual, incluye por ejemplo sonidos sutiles .suspiros, resoples-, olores, sensaciones táctiles, que le dan complemento a una interacción y que son muy difíciles de evaluar a través de una pantalla.
Estas emociones dejan en el cerebro una huella en la memoria que termina por asociar situaciones similares a estas sensaciones. Por ejemplo, un olor particular que asociemos como una emoción positiva, será capaz de transportarnos una y otra vez al conjunto de sensaciones que percibíamos entonces, siempre y cuando se cumplan dos premisas: que la relación estimulo / reacción se repita, o que sea tan cargada que impacte para siempre. Esa es la forma en la que aprendemos: o repetimos, o nos emociona.
Entonces, si relacionamos una circunstancia con una sensación parecida al placer, querremos repetirla una y otra vez, buscando que se repitan las emociones. Pero si la asociación es negativa, de manera inconsciente tendremos a evitarla.
Entendemos muy rápidamente que un ceño fruncido, significa enojo, que tras el enojo vienen sensaciones de inconformidad, ansiedad e incluso violencia, evaluamos ese seño y en consecuencia ponemos nuestros cuerpos en situación de lucha.
También sabemos de manera casi instintiva, que una sonrisa verdadera moviliza todos los músculos de la cara, que se acompaña de aprobación, calma y en general una sensación agradable, por eso esperamos sonreír y hacer sonreír a nuestro interlocutor.
En un mundo atravesado por la tecnología, tomar la decisión de hacer una pausa, mirar a los ojos y tomarse café, puede ser un sencillo acto de revolución.