Considerando las magníficas formaciones coralinas, agradables temperaturas, fantástica visibilidad en el agua y la facilidad de acceso al mar, por bote o desde costa, San Andrés sería el escenario ideal y podría estar nominado al ‘top ten’ del buceo en el mundo o al menos en el Caribe. Crónica de una transformación posible, urgente y necesaria.
El turismo de aventura, en este caso buceo recreativo, ha sido desde los últimos años un sector económico en crecimiento. Se le denomina ‘industria’ debido a la larga cadena empresarial que se genera (clúster), yendo desde los fabricantes de la más mínima pieza del equipo, hasta el operador local; pasando por tiendas especializadas, hotelería, restaurantes, líneas de transporte de todo tipo, fabricantes de embarcaciones, motores y muchos otros más.
Para visualizar el panorama completo, reseñando sólo a una agencia certificadora, se tiene que en el año 2017 PADI certificó a más de 10 millones de personas en todo el mundo… ¡Sí, lo que has leído! más de diez millones de nuevos buzos certificados disfrutando de esta magnífica actividad!
El buceo es una industria consolidada y los ejemplos son notorios; uno de ellos es la
isla de Bonaire, donde viven 19 mil personas y alrededor de 130 mil turistas la visitan cada año. Un poco más de la mitad de esos visitantes viajan, específicamente, a bucear.
Cantidad versus Calidad
Asumiría Johnny, un joven recién titulado como instructor, que dejó al lado el arpón “para ganar dinero mostrando las criaturas del mar sin tener que cazarlas”, que el buceo en San Andrés sería EL NEGOCIO (sí, con mayúsculas); haciendo sencillas cuentas con el millón cincuenta mil turistas que, por ejemplo, recibió la isla en 2018, lo que representa 7.5 veces más que un destino modélico como Bonaire.
“Master –me dice– allí las cosas son diferentes, empezando por el precio; mientras aquí nos peleamos por 40 dólares, allá un programa de experiencia (mal llamado ‘mini curso’) está por encima de los 85 dólares. Nos pasamos es de ‘chichipatos’, todo por querer manejar volumen...”.
Y tiene toda la razón: según la guía de buceo elaborada por el catedrático e investigador de la Universidad Nacional, Sede Caribe, Germán Márquez; y por Johannie James, profesora y ex directora de esta misma institución; la valoración económica de la actividad en el año 2006, fue de 80 dólares para Providencia y Santa Catalina; y de 90, para la isla de San Andrés.
Johnny con incredulidad y quitándose la gorra como muestra de preocupación, añade: “Todo este ‘bololó’ empezó, cuando algunos se hicieron al carnet de instructor sin haber madurado los cursos intermedios”. Y allí nuevamente tiene razón, porque el número de centros de buceo se disparó de 19 a 30 en menos de un año y los profesionales certificados de 36 a cerca de 80.
Los indicadores de crecimiento en el número de operadores o de profesionales al servicio del turismo, podrían mostrar ser algo positivo ya que demostrarían un mayor beneficio social. Lo que no se puede aceptar es que se dejen de respetar los derechos del consumidor y no se preserven los ecosistemas marinos.
Lastimosamente se observan violaciones del radio de acción, al triple del máximo permitido por el World Recreational Scuba Training Council (en español, Consejo Mundial de Entrenamiento en Buceo Recreativo) con el cual, el participante de un programa de experiencia (novato) estaría debidamente atendido.
Según la norma, lo máximo por instructor es de cuatro participantes (4:1) y con asistente certificado, máximo seis (6:1).
Por ende, existe una clara muestra de violación de los estándares y de los derechos del consumidor que, habiendo contratado un servicio homologado, es sometido a entrar al mar con hasta 15 personas; en el peor de los casos junto a otros 18 aprendices con un solo instructor, conforme se ha podido constatar en un punto tradicional de buceo, ‘El Faro’, sólo por mencionar uno de los lugares.
Igualmente, un novato pone en riesgo su integridad cuando, al tomar el servicio ‘bueno, bonito y barato’ (más barato que bueno), cae en manos de un experto en el mar, pero sin la capacitación ni licencia a nivel de profesional del buceo.
En estos casos, el asunto escala entonces a competencias de la Superintendencia de Industria y Comercio, ente que incluso ya tiene sede en San Andrés.
¿Perdiendo nuestra mayor riqueza?
Si observamos el pasado, la mística del profesional del buceo era (y debería seguir siendo) “un amante de la naturaleza, educador y proteccionista, que atiende la Guía de Buenas Prácticas de Buceo Responsable con el Medio Ambiente”, elaborado por la Corporación Ambiental Coralina.
Adicionalmente, algunas normas se están pasando por alto, en el afán de “manejar volumen”, como bien lo señala Johnny; por ejemplo, la flotabilidad y las técnicas de aleteo “que son de vital importancia, porque se asegura que la visita de los buzos a los arrecifes cause el mínimo de afectación posible”.
Por ende, los sitios más visitados, ‘El Faro’ y ‘Nirvana’, denotan fatiga por sobre uso en una franja de cuatro metros de ancho del recorrido hacia el norte, debido a que la vulnerabilidad está fuertemente relacionada con la composición de fondo.
Es decir, la arena es susceptible a ser levantada por el buzo novato y cae sobre las especies sésiles; cubriéndolas e impidiéndoles recibir los importantes rayos del sol. Por consiguiente, se produce la muerte del coral.
“Máster, pero nadie hace caso de eso; los sitios están ‘de papayita’, es fácil entrar y salir y son pocas las veces al año que el clima los afecta”, asegura Johnny, con toda la experticia que le han dado sus años de pescador artesanal.
Un estudio realizado en San Andrés (Gallo et al., 2002), pudo comprobar que las zonas de buceo con mayor intensidad de uso no coinciden con aquellas donde se encontró mayor deterioro, sugiriendo que no existe relación directa entre ambas variables.
Por tanto, se pudo concluir que el deterioro producido por la actividad de buceo no dependía tanto del número de buzos, sino del comportamiento de los mismos, ya que la cantidad y severidad de los daños físicos observados estaban asociadas al control deficiente de flotabilidad.
Técnicas que no se le pueden exigir a los 50 o 70 inexpertos practicantes de buceo que a diario suman estos dos lugares, cuando el nivel de capacidad de carga internacionalmente utilizado para un sitio de buceo es de 13,8 buzos/día (Hawkins y Roberts, 1997; Hawkins et al., 1999).
En pocas palabras, ‘El Faro’ y ‘El Nirvana’ están siendo sobre-utilizados en inaceptables porcentajes superiores al 300 por ciento para baja y en más del 500% en alta temporada, muy por encima de la media internacional.
De la sobrepesca con arpón en el costado oeste de San Andrés, Johnny dice: “los que realmente hemos sido pescadores artesanales en ese lado de la isla no sumamos más de ocho; puedo contarlos uno a uno, y me sobran dedos. El resto, son pescadores deportivos, por moda, que entran al agua con sus arpones lujosos y trajes caros y nada tienen de arte tradicional”.
“¡Y esos pelaos’ sí que pescan por número… le disparan el arponazo a lo que se mueva, hasta a las rayas o a los peces globo que ni siquiera se van a comer!”, asegura.
Posibles escenarios de oportunidad
El verdadero potencial turístico, estaría en aprovechar la experticia y los conocimientos empíricos de los pescadores artesanales, para incluirlos dentro del abanico de las actividades náuticas, con propuestas de alta rentabilidad y baja inversión, como por ejemplo el snorkeling que, dentro del marco del emprendimiento y empoderamiento, podría ser un buen modelo a seguir, sin alejar al pescador de su entorno de trabajo.
A cerca de la pesca, Johnny, nieto e hijo de pescador, tiene su propia visión: “Mira mi amigo, si salgo a pescar en mi bote junto a turistas, entre todos sacamos 15 o 20 libras que no es gran cosa, pero parte del pescado lo podemos preparar con un poco de arroz, bread fruit o patacón, esa familia y la mía comemos en casa (Catch Cook & Enjoy); ganaré mucho más y me sobra producto”, dice.
En este caso, es cuestión de diseñar y ofrecer el servicio porque habrá quién pague únicamente por esta actividad tradicional, sólo por la emoción de la captura para luego soltar (catch & release); o quién pague sólo por observar los peces (watch & enjoy).
Cabe también en el abanico de oportunidades, potenciar el ya amplio conocimiento empírico hacia el tema de la preservación del océano y sus especies (environment care). Ejemplos notorios son los programas de restauración ecosistémica que ya se desarrollan en la isla bajo el esquema BanCO2 que apoya Coralina.
Asimismo, el trabajo mancomunado de captura y comercialización del pez león, para la mitigación de los efectos relacionados con la invasión de esta especie; y relacionado con la protección marina, servir de ‘guarda-mares’ de apoyo en control y vigilancia.
Por último, para que las actividades submarinas lleguen a ser una fuente de ingresos a largo plazo en las islas, se debe pensar en preservar la verdadera razón de ser de este turismo: el medio ambiente submarino; a la vez que generen beneficios en términos de empleo, irrigando los frutos de esta actividad en la comunidad isleña.