Con frecuencia afirmo que la vida solamente consta de momentos, haciendo eco del pensamiento del físico Julián Barbour. Así las cosas, realmente no existiría el pasado, ni el presente, y mucho menos el futuro.
De modo que lo que poseemos solamente serían instantes de plena lucidez en los que descubrimos algo diferente sobre nosotros mismos; una reflexión, un pensamiento fugaz, quizás, sobre nuestras realidades, porque de verdad ¿de qué realidad podemos hablar sin que en ella no encontremos mil preguntas, mil dudas?
Y, conscientes ello, sabemos que en toda respuesta es posible resumirlas en el contexto de nuestros privados intereses.
Pero en otras circunstancias, con una perspicacia alterna, pongo en tela de juicio otras aseveraciones clandestinas. Asimismo, no dudo, hoy, en afirmar que el pasado debe ser siempre una ventana hacia el futuro; porque el futuro será siempre más importante que el pasado.
De manera que nadie me regala una identidad; yo me identifico con lo que soy; yo soy mi identidad. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía hace poco un filósofo español. Y las circunstancias de todos son complejas; muy complejas. Weilder Guerra Curvelo en su nota ‘El tiempo discontinuo’ acaba de recordarnos que “El tiempo es una dimensión inescapable de todos los aspectos de la vida social en la práctica y en lo ritual.”
Así, a veces miro mi entorno a través del velo del silencio, cuando algunos de mis necios vecinos me lo permitan; en otras oportunidades, y para acomodar el dulce sueño sobre mis párpados es preciso disentir conmigo mismo, o con otros.
Permítanme una inquietante pregunta: ¿es posible que nuestro pasado dependa del futuro? El futuro que nos atrevemos a describir explica, con cierta redundancia, lo que ha ocurrido en el pasado. Los eventos futuros afectan nuestras percepciones o interpretaciones con respecto a nuestro pasado. Es el constante juego intergaláctico, cuando no metafísico, entre nociones de pasado y futuro.
Nuestra conciencia de lo que somos hoy, un aspecto del tiempo, y de lo que fuimos ayer, otra dimensión de ese algo que llamamos tiempo, y del cual muchos físicos de hoy se atreven a decir que no existe en la realidad, y no obstante otros afirman sin reticencias alguna, que es la cuarta dimensión, como otra realidad inescapable.
Sin lugar a duda, es un embrollo complicado; tanto desde el punto de vista filosófico como del teórico. Porque ¿qué es más importante para el que busca asiduamente su identidad: lo que soy hoy ¿o lo que fui ayer, o lo que seré mañana? Porque, además, y como insiste Weilder, “… se trata de eventos humanos que otorgan sentido al rumbo que toma una sociedad”.
Y los eventos, ya sean cotidianos o trascendentales, también son elementos que coadyuvan a la definición de lo que somos en el tiempo y en el espacio.
Los franceses son lo son hoy, en parte, porque hubo algo que denominamos ‘La revolución francesa”. Ídem en lo pertinente a los americanos del país norteño en cuanto a su guerra civil. Y así, los rusos y su insurrección bolchevique; los chinos y su revolución cultural con Mao; etc.
Asimismo, la raza Negra de ayer y de hoy, es lo que fue y lo es hoy, en parte, debido a su historia de ayer y de hoy y, seguramente, en el tiempo seremos algo diferentey se podría hacer la misma afirmación en cuanto a la raza indígena en general, los verdaderos dueños de la americanidad.
Y si deseamos cambiar el carácter del Negro del mañana, y por ende las disonantes relaciones entre la especie humana, en general, será necesario que las nuevas generaciones del presente y del mañana tengan una historia común, diferente a la de ayer y de hoy.
El planeta es uno solo; la especie humana es una sola. Y los que creen hay diferencias importantes entre las razas, es porque aún están atorados en las épocas faraónicas, en la edad media, o en los tiempos coloniales.
El historiador W.E.B. Du Bois, el primer Negro con un PHD, afirmaba: “El problema del siglo veinte es el problema de la línea del color” A la luz de las realidades y dinámicas sociales de hoy, él fue un optimista. Porque muchas de las presentes fisuras socio-raciales, ya en pleno siglo XXI, siguen siendo aún constantes en nuestras relaciones socioeconómicas.
Y no deberíamos tener que esperar otro siglo, o todavía más, para que nuestras relaciones se den en un contexto de justicia, de equidad –palabra de moda hoy por hoy– en nuestro medio burocrático colombiano. La cruda realidad dicta que no debería existir ninguna razón en nuestras graderías del mañana, por nuestras grandes diferencias o discriminaciones de hoy.
Un ejemplo palpitante: la población Negra colombiana ocupa aproximadamente el 30 por ciento de la población total. Sin embargo, ¿cuántos ministros, o gerentes en instituciones descentralizadas tenemos hoy con asientos Negros? Desdice mucho si comparamos la retórica con la realidad. ¿O es cuestión de equidad abstracta… una equidad distorsionada?
Soren Kierkegaard nos recuerda que “La forma más común de desesperación es no ser quién eres”. Los humanos, sin importar nuestras etnias, color de la piel, o nuestras irrepetibles historias, somos unos entes siempre en constante movimiento, en constante evolución. Estamos condenados a un eterno flujo de nuestras células físicas y mentales.
De modo que hoy, soy un Raizal; y no importa que el Raizal se haya apropiado del término hace 20 años, podía haber sido ayer. Me siento cómodo y a gusto con el sustantivo, y a veces también como adjetivo.
No soy un Anglo-isleño. El diccionario de la Real Academia Española define a un Anglo como: “Se dice del individuo de una tribu germánica que en los siglos V y VI se estableció en Inglaterra”. En cuanto a lo de ‘isleño’ sencillo, el citado diccionario dice que es “Natural de una isla”. Hay más placer en ir en busca de la verdad que en encontrarla, decía mi amiguísimo José Ingenieros.
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