Cuando un valor como la Responsabilidad Social, tiene que refugiarse en acciones reservadas por temor a ser asociados por intereses o conveniencia, se invisibilizan los verdaderos aportes y rostros de los que construyen equidad y con ello se presenta la disminución de las buenas obras sociales.
No en vano vemos agravados en la isla los casos de pobreza, menores descuidados, adultos mayores abandonados a su suerte, basura en barrios, calles, playas, jóvenes de escasos recursos con sueños universitarios o deportivos incumplidos y proliferación de perros y gatos sin hogar, entre otras miserias.
En concordancia menos acciones a título individual, entidades o empresas, que se comprometan con la solidaridad. Y los que sí lo hacen prefieren hacerlo bajo el anonimato, so pena de ser confundidos, tildados o achacados de oportunistas.
También existe una tendencia notoria de algunos individuos o grupos sociales a criticar a todo aquel que realice una buena obra o acción y la haga del conocimiento público a través de sus redes sociales o medios de comunicación, reprimiendo con ello el ejemplo que se necesita en toda sociedad para ganar nuevos valores solidarios.
Hay un desestímulo constante y para ello se usan frases sentenciosas que piden de manera dogmática y pretendidamente moralista: “Que tu mano derecha no sepa lo que hizo la izquierda”.
Sin embargo, lo que no se tiene en cuenta es que un acto de Responsabilidad Social encierra en su trasfondo la transformación que no estamos apuntalando en nuestras pequeñas islas y las personas menos favorecidas pierden –ante la falta de resolución, empuje o seguimiento– oportunidades de aliviar casos de extrema necesidad.
Como, por ejemplo, el de la isleña raizal Miss Ermita Taylor, en Shinge Hill, a quién aún se le cuela el agua por el techo de su pequeña vivienda, aunque no le falta la atención de su vecina Miss Mayito y su iglesia le brinda una compra de comida mensual.
O el caso –entre tantos– de los jóvenes de los barrios Serranilla y Natania, con atrofia muscular y parálisis cerebral…
Ambos recibieron sendas sillas de ruedas, luego de un llamado a la solidaridad a través de ELISLEÑO.COM y de la otrora fundación Islander Smile, ahora Fundación con Toda el Alma, duramente criticada por algunos isleños, solo por hacer visibles cada una de sus obras, acciones y aportes.
Con el traslado de esta Fundación a la ciudad de Bogotá, se disiparon una gran cantidad de buenas acciones que congregaban a empresarios, artistas, ciudadanos y una que otra entidad.
Muchos de estos casos quedaron sin seguimiento porque el dar parece que para muchos se convierte en un compromiso complejo que casi nadie quiere asumir de manera permanente, como si la necesidad de otros fuera accidental u ocasional.
Es una realidad, nos hemos olvidado de la solidaridad, cada vez actuamos de manera más individualista o no queremos ser asociados con el ‘dar’ como si fuera una mala palabra.
¿Qué pasa con los actos de Responsabilidad Social? ¿Dónde están, qué impacto tienen en nuestro entorno? ¿Se puede vivir sin ejercerlos? Peor aún: ¿Se deben seguir ocultando?