Del inagotable baúl de sus recuerdos, la escritora Hazel Robinson Abrahams nos ofreció amable y gentilmente el borrador de este relato que hoy publicamos a modo de crónica; un presente en forma de remembranza, si se quiere, nostálgica y real, de la historia de las islas que recibimos con la mayor gratitud (N de la R).
Del mar llegaron los regalos de 'Christmas'
Christmas en las islas, se celebraba únicamente el día 25 de diciembre, anticipar la celebración desde el 24 lo que ahora denominan “La Navidad” y “Noche Buena” lo impusieron en las islas, los primeros sacerdotes católicos cuando llegaron en 1926 y lo implantaron los denominados residentes del interior del país, que iniciaron su llegada en 1953 para aprovechar el Puerto Libre. La Navidad ahora se inicia desde el 8 de diciembre, el “Día de las Velitas“.
Recuerdo que faltaban dos días antes del Christmas de 1944. Solamente se hablaba de la guerra las goletas que nos habían bombardeado y todos los amigos y familiares que no volveríamos a ver. La única señal de que estaba por llegar Christmas eran los alaridos de los cerdos que eran degollados en el amanecer del 23 y 24 para vender y regalar y que luego formaban parte del almuerzo de Christmas & New Year.
Al lado de la iglesia Bautista Central, vivía Mr. Ira Forbes (el padre de ‘Boots’) que después de una visita a Colón, Panamá, trajo un gramófono y un disco de 78 con ‘Silent Night, Holy Night’ y lo tocaría todo el día 25 hasta el amanecer del 26 al volumen que el aparato permitía, parando solamente durante los servicios de la iglesia y en los momentos que le tocaba darle cuerda al aparato. Para nosotros, los niños de la avenida 20 de Julio, con escuchar las primeras campanadas del disco ¡se iniciaba Christmas!
Nos habían advertido de que Santa Claus no vendría ese Christmas. El mar de tierra firme a las islas se había vuelto peligroso y Santa no podía arriesgarse. De todos modos, personalmente, guardaba un secreto desprecio a Santa.
Ese 23 de diciembre el sol, parecía dispuesto a salir después de tres días de lluvia. Todo el mar de la rivera estaba de color chocolate por la capa vegetal de tierra que la lluvia había arrastrado.
“We dint go out, three days, too much rain…” (Nosotros no salimos por tres días, demasiada lluvia) Eran las siete de la mañana y desde el apartamento de mi abuela se escuchaban voces que venían del muelle, un diálogo claro en el idioma de la isla. Eran marineros que habían llegado de East South East Cay, que ahora llaman Cayo Bolívar.
Contaban que a las cuatro de la mañana se alistaban para salir a pescar, cuando la luna iluminó tres bultos (latas de aluminio) que el mar trataba de depositar en la playa. Se acercaron, los miraron pero no se atrevieron a tocarlas. El material color y tamaño de las latas eran parecidas, a las que llegaban con el kerosine a las islas, latas muy valiosas y de conseguirlas vacías, una suerte. Pero estas latas no podían estar llenas del combustible y tampoco vacías, lucían completamente selladas. Las olas las mecían cansadas, en su afán de dejarlas en la playa. No tenían rotulo alguno y cuando las voltearon con un palo tampoco eran muy pesadas.
Los hombres de mar se sentaron en la playa mirando el juego de las olas con las latas, y con ganas de recogerlas, pero el mundo estaba en guerra, las islas ya habían recibido su parte. El sentido común les decía que debían estar precavidos.
Sin consultar, Landis el menor de todos, se levantó se acercó a una de las latas y la levantó. La colocó en la arena donde no la alcanzarían las olas y lejos de los otros dos compañeros. Siguió haciendo lo mismo con las otras dos y cuando terminó, ante los ojos espantados de Listel y Bra, dijo: –Vámonos, las llevaremos a Mr.Herbie él nos podrá decir que contienen, y si nos pueden servir.
Mr. Herbie era en la época, el sabelotodo. Todos lo consultaban –y además ser sobrino del famoso masón, temido y respetado general George Hudgson de Blue Fields, Nicaragua, como en efecto lo era él, aumentaba su valor.
Convencidos de que debían regresar a la isla con las tres latas que habían recogido, destaparon la canoa y procedieron a cargarla. Recogieron el pescado que habían salado, los elementos donde cocinaban y una latica de harina, otra de arroz y una bolsa del sal. Unos plátanos, condimentos varios y la botella con hojas de Sorel que pensaban preparar para celebrar Christmas. Las cobijas que tapaban las hojas secas donde dormían, cabuyas y los dos botellones de agua que habían recogido. Cuando todo estaba instalado en la canoa, Landis hizo tres viajes sin ayuda de los otros a recoger las misteriosas latas y las colocó aparte en la proa de la canoa, brillaban con el resplandor del sol del amanecer.
Entre los tres, arrastraron la canoa de la rivera, hacía el mar y las olas. Izaron la vela y colocaron la bandera colombiana en la mitad del mástil con Bra en el timón, Landis y Listel sosteniendo la botavara mientras la brisa se encargaba de la vela.
El regreso a la isla fue sin contratiempos, favorecía el viento a su favor y con la canoa prácticamente vacía, se acercaron a la isla más pronto que usualmente. Al entrar a la bahía, bajaron la vela y remaron hasta el muelle de Me. Herbie.
Mi tío Herbie con sus binóculos los divisó desde mucho antes de pasar por el canal de acceso a la bahía y se sorprendió cuando los vio dirigirse a su muelle. Caminó de su patio hacia ellos sin tener la menor idea la razón del acercamiento, al llegar preguntó: – What´s the problem? (Cuál es el problema) Landis tomó la vocería y contó los sucesos desde las cuatro de la mañana mientras subía las latas al muelle
El tío con las manos les dio vueltas y alzó uno por uno y les dijo: –Tengo que abrirlas. Y dirigiéndose a su hijo mayor dijo: –“Sony, vaya dígale a Créssida que me mande el abridor de latas”.
Ya en el pequeño muelle se habían acercado los cinco hijos de él, y yo, la mayor de todos con nueve años, miraba las latas sin curiosidad alguna. Pensando que seguramente era kerosine que se había salido por algún agujero y ahora las latas les servirán a los pescadores para cargar agua, o cocinar comida de cerdo.
Mr Herbie se agachó, introdujo el abre-lata en el metal y sin dificultad fue abriendo la primera. Cuando ya había cortado la mitad, de adentro se asomó un bulto de papeles blancos. Entonces nos agachamos todos a mirar. Sony dijo: –Toilet papper? (¿Papel higiénico?). Se notaba que era papel muy suave. Al fin, cuando quedó completamente abierta la lata y mi tío sin demostrar temor alguno recogió y apartó el bulto de papel que servía de aislamiento o empaque, nosotros todos exclamamos: ¡AH, Ah, Ah!
Debajo de los papeles había cajas con figuras de confites. Mi tío los fue sacando y colocando en el piso del muelle. Aparecieron latas con dibujos de tortas y frascos con pastillas color crema (dulces de leche malteada), latas de jamón, por último latas con cigarrillos y fósforos.
Mi tío abrió las otras dos y por primeras veces todas los que no habíamos salido de las islas, menos él, estábamos viendo y tocando lo que hasta entonces solo aparecían en las tarjetas de Navidad que llegaban de Colón Panamá, y Norteamérica.
Abastecimiento de Navidad para los combatientes de la guerra y el barco o avión que los llevaba seguramente sufrió un percance en el Caribe y las olas llevaron las latas hasta la playa del cayo East South East Cay.
Mi tío abrió una de las laticas y con una navaja cortó el ponqué para que probáramos. De ser una trampa del enemigo de la guerra o de los otros, nos hubieran matado a todos.
Era la primera vez que comía ponqué de frutas y las pastillas de leche malteada eran inigualables. Según mi tío eran pastillas para recuperar energía. Sin preguntar a Landis, Bra y Listel se repartieron entre ellos y él, el contenido de las tres latas.
Estaba viviendo lo que era Christmas fuera de la isla. En la isla, hasta 1953, la Navidad se limitaba al intercambio de ponqués y galletas hechos en casa, y carne de cerdo que se tenía que cocinar de inmediato ya que no teníamos congeladores y menos nevera para guardar la comida. En los dos almacenes lo poco que exhibían para la época de Navidad, se agotaba de inmediato.
Mis primos recibían regalos de Santa Claus, que sin saberlo ellos o yo, su madre encargaba a Panamá. Santa Claus siempre me dejaba, únicamente vestidos, gorras, medias y zapatos… Dizque por mal comportamiento durante el año ¡no tenía derecho a juguetes!
Mi abuela era una furibunda opositora a los juguetes que recibían sus nietos. Y cuando Santa dejó un carrito que exigía batería para su funcionamiento, metió el grito en el cielo. Consideraba eso un peligro inminente. Una bomba. Sin duda, fue el primer carrito juguete impulsado con baterías que llegó a las islas. Los niños jugaban con él en la cuadra de la recién pavimentada Avenida 20 de Julio.
Con lo que me entregó mi tío para mi abuela, subí de inmediato al segundo piso de la casa para presentárselo como lo que ‘se le cayó al mar a Santa Claus’.
Fascinada con el dibujo en las latas de un árbol de Navidad y niños sentados observando las luces. Pensaba… para comulgar el 25 me tocará confesarle y pedirle al padre Eusebio de Providencia que perdonara a Santa Claus, dejara de odiarlo y desearle mal por no traerme juguetes. Ya me había dado cuenta que a Santa a veces se le caían los regalos al mar y por eso, no le alcanzaba, y me tocaba recibir lo que él regalaba por mal comportamiento.