Ni el podía creerlo. A pesar de su historia, a pesar de todas las circunstancias estaba ahí: en la facultad de medicina. Ni su pasado lleno de detenciones y requisas de la policía, ni las mil y una noches de hambre con las que se durmió su infancia, ni el pasado funesto de su padre, un hombre que murió antes que el viera la luz a manos de una de las cuatro pandillas que cercaban su casa.
Ni la pobreza de su madre: lavandera del hotel de letras grandes y luminosas; a pesar del analfabetismo de su abuela, de la prostitución de su hermano, de los tres hijos de tres padres de su hermana menor, a pesar de la calle rota, de la droga de la esquina, de la valla desteñida del político de turno, a pesar de todo: él estaba ahí.
De chico solía ver los programas de medicina en la televisión, apuntaba secretamente en una libreta las palabras que le sonaban raras, que solían ser casi todas, las buscaba luego en un celular robado que mantuviera por unos minutos la conexión a internet, jugaba a colgarse una manguera vieja en el cuello y pretendía con ella oír el corazón de sus hermanitos menores.
Usaba la camisa de vestir de su tío a modo de bata blanca y caminaba con ella orondo por las callejuelas que formaban el barrio de invasión en que vivía. Era el único niño que disfrutaba una visita al médico, aunque no le mirara, y llenara sin interés el formato que tenia en el computador con un gesto cansado mientras musitaba las mismas preguntas en cada examen, para el niño, el hombre tras el escritorio era lo más parecido a un Súper Héroe.
Mientras crecía, la idea de ser doctor lo fue abandonando, la desplazaron imágenes más realistas de necesidad y dolor. Se metió en problemas, disparó, robó, amenazó, y se alejó cuanto era posible de su ideal. Lo peor no era que el perdiera la esperanza, lo peor era que nadie quiso alentarle ese sueño, sabían que con lo que tenia para vivir, no le alcanzaría para estudiar.
Pero hoy y al menos por ese semestre estaba ahí, en la facultad de medicina, de una universidad privada, siendo parte de todo lo que alguna vez había soñado. Por lo menos por un tiempo nadie podría arrebatarle ese momento, el destino había hecho necesaria su presencia y como siempre con la ironía a cuestas, le dio lo que él pedía en cada navidad.
Nadie lo iba a quitar de esa facultad por algún tiempo, y es que nadie, nadie iba a mover el cadáver de la mesa cinco del anfiteatro, por lo menos no hasta que terminara la clase de anatomía.
Posdata: Educación pública, gratuita y de calidad para todos.