En el año 2015, el entonces Secretario de las Naciones Unidas, Sr. Kofi A. Annan, explicaba que “Las ciudades son diseñadas para vivir juntos, crear oportunidades, permitir la conexión e interacción, y facilitar la utilización sostenible de los recursos compartidos”.
Pero antes de hablar de la incidencia de ‘la urbe’ o ciudad en la vida del hombre, dejemos que Manuel Valdés Pizzini,catedrático de Ciencias Sociales (UPR-Mayagüez), nos cuente sobre el origen de la ciudad: “el nacimiento de las ciudades está asociado a una compleja red de procesos sociales, económicos y culturales que se retroalimentan, para formar asentamientos poblacionales de alta concentración poblacional, alta densidad de viviendas y estructuras, desarrollo de edificios en torno a un núcleo, gran tamaño, y arquitectura monumental (templos, tumbas, palacios, plazas)”.
De los dos conceptos podemos concluir que ‘la urbe’ nace para dar respuesta a necesidades del hombre, buscando siempre su promoción. Tengamos presente que el 54% de la población actual es urbana (unas 4.100.000.000 personas) y que para el año 2050 lo será el 70%, y que para atender tal población los gobiernos deberán acelerar las respuestas a las demandas que ella reclame. Solo pensemos que en estos 30 años larguitos que restan, la China deberá haber construido unas 200 ciudades nuevas que alberguen y atiendan las necesidades de sus conciudadanos, por ejemplo.
Sin embargo, por variadas razones, no es plenamente cierto eso de que ‘la urbe’ facilite la promoción de todos sus habitantes, pues aunque“se han alcanzado progresos considerables en la aplicación de la Declaración de Estambul sobre los Asentamientos Humanos y el Programa de Hábitat, no ha sido posible erradicar problemas graves como el aumento y acrecentamiento de barrios marginales, la degradación ambiental, incluidos el cambio climático, la desertificación y la pérdida de diversidad biológica, en los asentamientos humanos, y la creciente vulnerabilidad de los asentamientos urbanos a los desastres, tanto naturales como ocasionados por el hombre”, advierte la ONU.
Es tan grave el problema, que la ONU decidió llamar la atención de los gobiernos para que se adopten medidas que la moderen y para que las comunidades tomen conciencia de ello, por lo que señaló el 31 de octubre de cada año como en Día Mundial de las ciudades.
Pero no solo es responsabilidad de los gobiernos, sino de todos los que viven en ellas, sean nativos, residentes o transeúntes. Y que es posible lo vemos a diario, lo cual ha permitido a quienes las habitan alcanzar mucha de la felicidad a la que el ser humano está llamado.
De acuerdo con el informe Mundial de la Felicidad, de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU (SDSN), y tomando parámetros como el sistema político, los recursos, la corrupción, el sistema educativo y de salud, se ha establecido un ranking que demuestra que la ciudad puede y debe estar al servicio del hombre. Así tenemos países como Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza, Finlandia, Holanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Suecia, donde sus habitantes manifiestan la satisfacción de ver suplidas sus necesidades, y no porque no tengan problemas sino porque saben que esos problemas no los avasallarán
Si tenemos en cuenta los parámetros tomados para medir la felicidad de los pueblos es fácil notar que el dinero no es el único factor que la determina, sino que la salud mental, la salud física y relaciones personales son su ingrediente principal. Y estos ingredientes, evidentemente, están garantizados porque sus autoridades se hallan comprometidas con sus conciudadanos y puestas al servicio de ellos.
San Andrés, un territorio con todas las potencialidades para hacer felices a sus habitantes, está lejos de lograrlo. Por eso, autoridades, líderes, ciudadanos todos debemos sobreponernos a las adversidades y ‘la mala hora’ que vivimos y nos decidamos por hacer las cosas mejor. No es complicado, es cuestión de decisión; basta con que cultivemos el ‘Hygee’ (se pronuncia ‘Jigue’), recomienda la comunicadora Paola Guevara.
¿Nos gusta el aseo? Entonces mantengamos aseado el frente de nuestra casa o antejardín. ¿Nos gusta el orden? Pues respetemos el espacio público, las vías, los monumentos, los parques. ¿No nos gusta que nos maltraten? Respetemos la fila, atendamos bien al usuario. ¿Es fatigoso y complicado? No parece.
¿Nos gusta la tranquilidad que brindan el mar y la playa? Entonces, gocemos esa paz y dejemos tranquilo al vecino. Son cosas pequeñas pero efectivas y así va creciendo el ‘hygee’, ese ‘confort del alma’, “el placer de la presencia de las cosas y las personas reconfortantes”.
De ese modo, con pequeñas cosas vamos armando nuestro “Lego” de la felicidad. No es cuestión de dinero, es cuestión de que cada uno haga lo que le corresponde y que nuestros gobernantes no nos abandonen.
Como las Donas que se compran en cualquier aeropuerto del mundo, el ‘Hygee’ y el juego del Lego, son de origen danés.
*Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.