No hay otro camino cuando el fondo se toca, con los pies en la base nos impulsaremos hacia arriba, no nos queda de otra. En materia de salud, un asunto que aún no repercute en las medidas escandalosas de los casos que han inundado nuestro horizonte informativo, el daño ha sido profundo y especialmente doloroso.
No se pueden hacer cálculos reales de cuantos años de vida saludable se deben restar a la población de las islas con esta crisis, no se puede estimar cuales son niveles de estrés a los que se someten los trabajadores de la salud con estos climas laborales inconstantes y dudosos.
Pero hay al menos un norte visto. El archipiélago ha sido convocado para que se examine y determine cuales son las particularidades de su realidad geográfica, demográfica, histórica, cultural y social para dar una respuesta global a la premisa que significa ser saludable en la isla más densamente poblada del Caribe occidental.
En medio de estos análisis surgen discusiones paralelas: la deuda social creciente con comunidades ancestrales y la inclusión de nuevos migrantes que pasan de ser transitorios a contribuir como permanentes, a la carga de necesidades insatisfechas.
La salud entonces se vuelve motor de soluciones que se tocan en la transversalidad: no se puede hablar de entornos saludables sin no hay acueducto, o alcantarillado, si las comunicaciones son primitivas, sin no se tiene acceso a la tecnología, si no se habla de la íntima relación del hombre con su hábitat, sino se formula al paciente en su idioma, y si no se le ofrecen las herramientas para salvar su vida de las que goza un ciudadano del siglo XXI en cualquier otra urbe.
El hospital y su desastrosa historia ha sido el florero de Llorente de un proceso más complejo y largo que no se escapa a la desvergonzada influencia de la corrupción, pero que ateniendo a que toca la condición humana biológica que nos es universal y de la que no se puede huir, implica tacita y explícitamente que todos nos comprometemos desde donde estamos a construir.
Sabemos ahora, que la salud es un proceso que se escapa del corredor de un edificio, y que no solo le compete a quien forma parte de sector productivo, tiene que ver desde el compromiso del buen trato, el acceso a los servicios y los insumos sin barreras y dilataciones, la administración inteligente y humana, y un encargo multisectorial: desde el barrio hasta el doctor.
Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.