Cada ciudad guarda su propia historia, que al ser conocida permite a sus pobladores entenderse y entender la comunidad que la forma. Esa historia no solo está en los textos, documento y bibliotecas. La arquitectura, las calles y sus casas, por ejemplo, cuentan cómo ha sido el devenir de estas ciudades hasta llegar a ser lo que son hoy.
Ciudades en todos los continentes han entendido que preservando su patrimonio resguardan su historia, y adicional al atractivo turístico es fuente de ingresos que no llegan mal a las arcas de las respectivas entidades territoriales. Pero, de lejos, la mayor ganancia radica en el empoderamiento de la ciudadanía de su terruño, el amor y enjundia que le inspira y el estar dispuesta a no ser inferior a sus compromisos en mérito a lo hecho por sus ancestros.
No es el caso de San Andrés, nuestra ciudad. Son escasos los edificios y las viviendas testigos de la historia isleña que se mantienen erguidos; y muchos de los que aún subsisten se hallan en deplorable condición. Precisamente al respecto, se quejaba César Pizarro, en un escrito publicado en el Archipiélago Press hace un tiempo al señalar que “(…) la casa isleña normal y acogedora, pero también la casita isleña típica del menos pudiente, con sus colores vivos y llamativos, acordes con el clima y la geografía, donde se integraban el hombre y la naturaleza, han ido desapareciendo (…)” y, naturalmente, para no regresar; todo por la desidia oficial, la mezquindad privada y el afán de lucro o la pobreza de los propietarios.
Razón tiene el editorialista de vanguardia.com cuando clama: “Ojalá entendiéramos la importancia de preservar nuestro patrimonio arquitectónico y lográramos proteger lo poco que queda de nuestra historia.”
Esa arquitectura tradicional, amigable con el Medio Ambiente, es arrasada llevándose por delante la historia isleña, y reemplazada de manera inmisericorde por moles de concreto con el aval de quienes corresponde. Bien sea aprobándolo o mirando para otro lado.
La historia no solo está en los textos, documento y bibliotecas. La cultura en todas sus manifestaciones también la tiene, y por eso hacen bien quienes promueven actividades como la del Green Moon Festival, “postre de sabores tan diversos y ricos, como los colores de nuestras pieles, es un patrimonio inmaterial y sublime que nos viene contando historias de hace décadas”, según lo define Edna Rueda.
Pero ese “postre” debería durar el resto del año para que lo saboreen los visitantes y los que aquí moramos. Los que vienen se van (¿?) alegres de haber vivido la experiencia; los de aquí que se queden amando lo que hacen sus mayores y deseosos de completar la tarea.
A la sombra del GMF se hace una “Exposición cultural sobre vida y obra de destacados raízales” en el Palacio de los Corales, “que fueron influyentes en la cultura de la región”, de acuerdo con el Secretario de Cultura. A inicios del año pasado, en el marco del “día del Folclor del Caribe Occidental Colombiano en San Andrés”, se conmemoraba el natalicio de Vergencia Hoy Hudgson, ‘Miss Galgal’, “ícono del folclor del Archipiélago”, como la bautizó este periódico. Y así ha sido por siempre: un hervor aquí, otro hervor allá y uno más, acullá. Nada queda, todo pasajero.
Los sabores pasan, se mezclan, se confunden, se olvidan. Lo que pedimos es que no sea cuestión de moda sino de cultura, de vivencia, de amor por lo propio. Si hubiera real Etnoeducación, la vida y obra de estos y muchos otros personajes estarían todos los días en cada Escuela, en cada aula.
Compartimos con Kent Francis que el Green Moon (¿la misma “luna verde” del viejo “brody” de Otraparte?) debe “convertirse en actividades y realizaciones permanentes durante todo el año al rescate de los mejores valores de niños, mujeres y hombres del archipiélago”; pero para ello la Escuela ni puede ni debe estar desterrada del proceso ni, menos aún, darse por no enterada. Es cuestión de supervivencia.
¿No entienden las autoridades del orden y el origen que sea que sin Educación de Calidad en valores y de manera integral, todo será inútil? Se necesitan docentes en Artes, Folklore, Cultura bien preparados y Escuelas bien dotadas en espacios y equipos para que se pueda “hablar de las buenas costumbres, de la solidaridad, de amabilidad, de los saberes tradicionales, de conocimientos ancestrales, del ritmo y la música, de su alegría, del desprendimiento de cosas materiales y el culto a la palabra empeñada”.
¿Habrá otro camino?
TISQUISIO. “Para el fortalecimiento de la infraestructura cultural” la gobernación de Bolívar entregó el nuevo centro cultural del municipio, con una “inversión de $2.458 millones, con este se benefician 23.385 habitantes”. Aquí nos tienen soñando.