Le convivían sin ningún problema las cinco personalidades: un camionero mexicano gay, una niña autista, una prostituta vieja, Simone de Beauvoir y ella misma. Su vida había cambiado mucho desde que empezó a oír las voces, sus vaivenes eran tan bruscos y tan sustanciosos, que sistemáticamente hicieron dudar a todo el que creía entender que pasaba.
Ella pensaba que estas cinco almas compartían los cinco cuerpos en simultánea, saltando con la misma disposición el tiempo y el espacio sin que esto le fuera de ninguna manera dificultoso.
A veces se veía a través de los ojos del camionero, transitando los desiertos limítrofes entre Estados Unidos y México, lo sentía sudoroso y taquipnéico cuando se le acercaba un hombre joven. Podía percibir su cuerpo obeso, su olor a tequila y cigarro, los botones tirantes de su camisa, sus erecciones, sus ronquidos al dormir y el pegote que se formaba en su bigote cuando devoraba las comidas rápidas de las tiendas del camino.
Veía a veces por los ojos cataratosos de la prostituta vieja, peleaba con su parkinson para pintarse la boca roja, y extrañaba con ella la humedad de su cuerpo, que venido a menos ahora era todo un pergamino, tatuado y con cicatrices. Tenía Su pelo canoso bajo la peluca, sus grandes ojeras, su dolor de cadera, y sus enaguas con olor a revolución y las fotos sepia de él, el hombre de su vida.
Cuando era Simmone, caminaba las calles de París, escribía rápidamente y sentía como las partes de su cuerpo se calentaban individualmente. Le encantaba ver la mirada díscola y obtusa de Sartre: a través de sus ojos bizcos y sus lentes gruesos, él la miraba con admiración y ternura.
La niña tenía la piel eléctrica, el contacto la agredía, el silencio y la rutina se le hacían cordiales, odiaba el infame y desordenado otoño con sus hojas erráticas cayendo en la acera de su casa. Cuando veía a través de sus ojos, las caras no tenían muecas, los lenguajes eran planos y la emoción no se entendía; pero amaba perderse en la calma con que ella imaginaba el cosmos y el sonido arrollador que la mente de la niña le daba al universo.
Cuando era ella misma: miraba por la ventana del manicomio sin entender bien como había llegado ahí.