Pareciera que hay un conjunto de miedos, que son muchos, que nos esperan a la vuelta de la esquina y nos preparan una emboscada. Pero en general existe un miedo que le da miedo a los miedos chiquitos, un miedo que se alimenta de miedos y que somos educados a rechazar como una enfermedad infecto - contagiosa:
La risa nasal, la obesidad femenina, la calvicie, la homosexualidad, la madre soltera, el apático en la religión, el loco, el preso, el pobre, el negro, el indio, el que habla otro idioma, el que piensa distinto, en fin: el diferente.
Estamos entrenados como monos en un circo para ubicar, aislar, juzgar y corregir al disímil. Debe ser incluido en una burbuja y normalizado hasta hacerlo pensar como la mayoría. El ‘buen’ ciudadano, debe acoger sin pensarlas, todas las leyes que la minoría que lo representa le imponga.
El unificador piensa que la diferencia debe ser sofocada en cuanto aparezca.
‘Todos’, ‘siempre’… son palabras con las que se pretende garantizar que el individuo asuma que su divergencia es una mala idea, y que aquello que apoya una mayoría tiene el sello de estar siempre del lado correcto.
Y es que la masa es atemorizante, y es que la horda ordena y dirige, así se explican las licencias morales que de lejos se ven absurdas: nazismo, fascismo, esclavitud o el, muy de moda ‘bullying’. En estas situaciones ese mismo miedo a ser el distinto desintegra el pensamiento individual, es necesario hacer alianzas que antes eran imposibles.
Orillado por la masa, existen dos tipos de sujetos: el que encuentra ventajas en la colectividad macabra y el pusilánime que esconde su pensamiento bajo las cobijas de la cobardía y habla pasito para no irritar al gran monstro unificador.
La otredad es necesaria, de la confrontación de las ideas nacen los conceptos, del pensamiento crítico viene la ciencia: la verdad. Pero tal vez el resultado más devastador que tenga aglutinar todos los pensamientos bajo un solo modelo, es el hecho mismo que la elección se trunca, ante una única posibilidad, no hay elección: son todos iguales, entonces da lo mismo cualquiera; estarán entonces el masificado y el otro. Y resistir será la única alternativa.
Resistirse a perderse en un organismo multicelular mudo, en el que marchas mirando al suelo, sin hacer preguntas, sin cuestionar las historias, los poderes o las absoluciones populares. El enrolamiento en una banda transportadora de cuerpos no pensantes requiere resistencia, y aunque la resistencia es cegadora como la luz en la caverna de Platón, es la promesa misma de que ahora se verá con claridad.