Con reiterada frecuencia escuchamos, e incluso afirmamos sin mucha dilación o reflexión, que “Estamos perdiendo nuestros valores”; que “Los tiempos no son los mismos”. Pero estrictamente hablando, no “perdemos” nuestros valores y definitivamente el ayer no es el hoy.
Lo que pasa es que trasformamos nuestros valores por otros; los trocamos por otros juicios valorativos que creemos —para bien o para mal— mejores o superiores en un momento histórico dado.
Las palabras son opiniones, y normalmente fáciles de hilvanar; la acción es la verdad. Pero permítanme, antes de continuar con esta nuestra errática axiología, despejar un poco el camino; quitar la cacofonía de las posibles malezas del sendero.
La palabra axiología es una de mis favoritas: por su fonética, su sonoridad, su novedad y extrañeza; su capacidad de fruncir ceños. Nos la regaló el profesor Guillermo, de teoría literaria, en el quinto semestre en la UPB, en Medellín, hace más de 40 años.
La axiología filosófica o existencial, decía “…es la rama de la filosofía que estudia la naturaleza de los valores y juicios valorativos…” Y estos valores y juicios valorativos los encontramos en lo ético, y lo estético; en las verdades científicas, sociales y la cotidianidad; en nuestros valores económicos, políticos, religiosos, etc.
El valor, y no me refiero únicamente al valor monetizado, tiene una connotación que enfrenta al sujeto con su objeto; con el sujeto y su mundo, tanto interior como exterior. Así, podemos hablar de todos los valores citados. Y todos estos teniendo como clara referencia la acción.
De niño mis valores eran unos; como adolescente otros; asimismo, como adulto, definitivamente algo totalmente novedoso. Los vericuetos de la vida. De niño mis intereses eran el juego, el derroche y la satisfacción de mis necesidades básicas; como adolescente, el juego seguía siendo un elemento importante.
Sin embargo, en este período se insertó en el muchacho, con la definitiva exaltación de la abuela, algo fundamental: su educación. Y aquí reitero el pensamiento kantiano: “Tan solo por la educación puede el hombre [o la mujer] llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él [ella].
Y los valores se proyectan hacia el futuro. Esto implica, de un estado del ayer, al infinitesimal e imperceptible hoy… al del mañana. Y este mañana, con miras hacia ciertas condiciones, circunstancias y motivaciones que, en el mejor de los casos, quisiéramos que fuera mejor que el ayer, que el amplísimo pasado.
Ahora, nuestros valores deben tener una relación estrecha, concatenada y coherente con nuestras acciones. De lo contrario, nuestros valores serían realmente inexistentes; nadarían en una piscina vacía y, a veces tristemente, en un pozo séptico. Porque decir una cosa y hacer otra es la clásica definición de la palabra que el autor de Tartufo, Moliere, puso sobre el mapa lingüístico, y muy común en este presente momento de discursos y promesas irresponsables: el doblez.
También, debemos recordar que nuestros valores (los religiosos, políticos, económicos, legendarios, etc.) están insertados en nuestra historia —no son extra-históricos y menos súper-naturales. Un pensador español decía: “Soy yo y mis circunstancias.” Nuestras circunstancias históricas nos marcan; dejan sus huellas en nuestra psiquis, y por ende en nuestros comportamientos y acciones —otra vez: para bien o para mal— en el proceso diario de nuestras relaciones con terceros.
¿Pero podemos construir nuestros juicios valorativos? Sin lugar a duda hemos construido todos los existentes y seguiremos construyendo todos del futuro. Sin excepción alguna. Es lo que hacemos todos los días y todas las noches. Desde diferentes rincones de nuestro planeta azul. Todos nuestros valores son el efecto del ejercicio valorativo del hombre y de la mujer. No existe nada ajeno en estas construcciones.
Es más, los valores que presunta e imaginariamente vienen de otras fuentes es una ilusión descomunal, frecuentemente manipuladora. Es difícil aceptar lo que dictaría el sentido común y reemplazarlo por dictámenes esotéricas, exóticas, no explicables frente a conceptos y juicios razonables; y peor aún, donde positivamente se anidan intereses con juicios de valores incapaces de ser dichos.
Además, si tuvimos los humanos una SOLA fuente para todos nuestros valores, ¿por qué, a fin de cuentas, tenemos tan grande número de valores en nuestros bolsillos y mentes y, a la vez, tan disonantes entre sí en los diferentes estamentos, intereses, dimensiones y distancias de la naturaleza humana?
No es cuestión de interpretación, glosa, o de exegesis alguna. La respuesta es sencilla: porque nosotros somos los únicos autores y creadores de lo bueno, lo malo, y lo mediocre en nuestros diferentes ámbitos sociales. Y en lo social no excluimos nada.
Señoras y señores: es cuestión de observar; no especular. Pregúntenle al cerebro.
¿Y cuándo se hará algo, en serio, en cuanto a la insostenible e intolerable inmigración hacia la Ínsula—pasado y futuro?
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