Mientras el color llegaba desde la voz de Tarrus Riley, los rezagados buscábamos la forma de entrar. La ansiedad de los perfumados –muchos por cumplirle la cita al clásico amor del Green Moon Festival–, rompió el cordón de control de la policía. La multitud empujó desesperada. El estadio estaba a máxima capacidad.
Entré y tras superar la crisis, el jamaiquino seguía “acariciando las melodías con su voz”, como escribió Heidy Taylor el domingo en su Facebook, la directora de la Fundación Green Moon. Sin la labor de esa mujer que parece mágica, y sin la consciencia del festival encarnada en la experiencia de sus fundadores la Luna Verde se hubiera escondido.
Treinta años no es cualquier cosa. Un amigo de todos los que uno reencuentra durante el festival, me señaló que el emblemático Rock al Parque empezó cinco años después.
Yo soy declaradamente la peor compañía en un evento así. Saludo y luego la música me lleva adonde más calor hace, adonde el aire está tibio, donde está lleno de gente y no conozco a nadie, adonde pueda sentir la explosión de energía,de talento, de visión y de dedicación que hay en tarima.
Cuando salieron Goyo, Tostao y Slow, por ejemplo, mis piernas se fueron entre la gente hacia el frente del escenario. Fui hasta donde pude, e hice todo lo que los cantantes dijeron que hiciera. “¡Todo el mundo saltando, saltando, saltando!” Pa’ la izquierda, pa’ la derecha, con la mano arriba, pa’lante y pa’tras. Yo estaba hipnotizada. La mujer de al lado me empujaba con poco disimulo. La de adelante me hacía cara chistosa de aturdida con mi bulla. Ni siquiera yo me imaginaba gozármelo tanto.
La isleña de al lado se sabía todas las letras, como yo. Estos nos conocen, pensaba, cuando volteé alrededor y vi, por primera vez en serio, a todo el mundo saltando. Como dijo Tostao abriendo el show, es que ya son como de la casa. Mientras saltábamos con Calentura y bailábamos salsa choque, una mirada fue suficiente para tener una nueva cómplice. –Tú me caes bien, ¡sino te hubiera empujado más duro!, le dije –¡Ah, pero, ¿ves que sí cabíamos todos!? Nos morimos de risa.Hasta nos abrazamos cuando me dijo que la recocha no era de borrachera sino de corazón roto.
Me pasaron el vasito de ron –y era una grosería decir que no–, salí en todas las fotos, y tuve una revelación, escuchando la seda que se tejía en la garganta de Goyo, y sintiendo a la gente volar cantando las letras románticas de Desde El Día en Que te Fuiste y Hasta el Techo.
Este año la manta afrocaribeña que nos cobija a todos se encendió con góspel, con Los Hacheros y la Orquesta Aragón, Kes and the Band, Tarrus Riley, Busy Signal, la fantástica Sona Jobarteh, y los increíbles anfitriones del Archipiélago que cada año muestran su profesionalismo y su crecimiento.
El domingo por mañana que fui al supermercado vi que casi todos estábamos trasnochados. –Yo la vi a usted anoche, me dijo un amigo empleado. –¿Y estaba muy loca?, le contesté riéndome ante la mirada divertida de otra cliente en la fila. –Pero es que para eso es el Green Moon, me dijo él.
Sí, es para eso, para sacarse los diablos del ego y del miedo, para respirar el mismo aire, para hacernos más amigos.
Cierro esta etapa con la esperanza de que la inspiración que dejó este aniversario sirva para conservar el espíritu Caribe pero de proyección global que tiene el festival, y ojalá continúe la evolución de este escenario que se ha convertido en un eje, sobre el que pueden girar tanto la industria del entretenimiento como el fortalecimiento de la cultura, y los vínculos sociales. Que en 2018 sigamos creciendo, de la mano milagrosa de la música. Peaceout.