Me dicen, no me consta, que la Ministra de Comercio, Industria y Turismo se mostró consternada porque en las islas como que no se quisiera más turismo, según lo expresaron dirigentes raizales en un evento organizado por el Congreso al cual, por cierto, parece que no habían sido invitados.
Se quejó de que el Gobierno estuviera invirtiendo cuantiosos recursos en impulsar el turismo hacia las islas, para venirse a enterar, ahora, que los isleños deseaban otra cosa.
Esta situación es repetitiva en las relaciones con un gobierno central que poco entiende y, lo que es peor, poco quiere entender, las realidades de estos territorios remotos en la geografía, pero aún más en la mente de sus funcionarios.
En efecto, superados ya el millón de visitantes y la capacidad de carga de la isla, con niveles elevadísimos de riego y sin que se hayan resuelto problemas básicos de pobreza y servicios, querer más turismo no solo no parece pertinente sino francamente riesgoso, imprudente e insostenible.
Por eso: Sí, señora Ministra: en efecto, no queremos más turismo; lo que no quiere decir que no queramos mejor turismo.
Y, para evitar nuevas confusiones, tratemos de entender que es lo que algunos creemos que es mejor turismo. Veamos algunas cosas que harían que el turismo en el Archipiélago fuera un mejor turismo; requiere, por ejemplo, que sea:
Sostenible, lo que implica que no agote ni destruya su base natural y social de soporte. La profesora Johannie James ya ha demostrado que el modelo actual de turismo en San Andrés no es sostenible en los términos planteados por la Organización Mundial de Turismo.
- Justo y equitativo, de manera que represente beneficios para todos y no sólo para unos pocos. Los niveles de desigualdad son enormes, a pesar de los sustanciales ingresos que genera el turismo en las islas.
- Respetuoso del ambiente, la historia, la cultura. El impacto ambiental es tremendo, el irrespeto por la historia (sin contar el Fuerte Warwick) empieza por su desconocimiento, al igual que el de su cultura. Seguimos sin entender el aporte isleño a la Colombia pluriétnica y multicultural.
- Bien pago. Las islas se están vendiendo a precios bajísimos, muy atractivos para un turista de mínimo gasto que apenas deja ganancias para los proveedores, pero que no compensa los gastos que asume la población, el gobierno y la naturaleza misma para sostenerlo. Un estudio juicioso demostraría que algunos de los turistas que hoy llegan cuestan más (en agua, energía, contaminación, deterioro ambiental) que lo que dejan. Téngase presente que el mayor gasto de algunos de ellos es en pasajes que pagan a aerolíneas cuyo aporte a las islas es irrisorio.
Preocupa que de parte del Gobierno esto no se entienda. Persisten así en proyectos de discutible bondad, como marinas, spas, senderos y otras obras que, sin ser del todo malas, no atienden para nada al problema estructural, que es el de un modelo basado en el crecimiento cuantitativo y poco en una valoración adecuada de lo que el Archipiélago tiene para ofrecer.
Y aquí insisto en algo que ya he repetido pero que parece necesario volver a decir porque, como decía un escritor francés: “todo está dicho pero, como nadie escucha, es necesario decirlo de nuevo”: el Archipiélago tiene en su patrimonio natural, histórico y cultural una base suficiente y adecuada para su desarrollo turístico. No es haciéndoles maquillajes horrendos, ni llenándolas de pavimento como haremos más bellas a nuestras islas; no es cambiando la cultura ni olvidando la historia como saldremos adelante. Vuelvo a pensar que las islas son como esas hermosas muchachas que ignoran su belleza y se mandan a hacer cirugías deformantes, falsas tetas, respingonas narices espantosas.
Mientras desperdician sus valores. Las islas necesitan aseo, por ejemplo; y al parecer gente que las quiera más. Pero su mar es insuperable; que alguien que conozca más que yo me diga donde encuentro un mar más hermoso que el nuestro. Las islas son bellísimas. No obstante, los visitantes, al menos en Providencia y Santa Catalina, coinciden en afirmar que lo que más les gusta es la gente, su modo de ser. Pero no. Eso no vale nada para los planificadores del gobierno, cuya única meta parece ser traer más y más gente, que viene por lo barato, no por lo único, no por lo bello, no por lo especial.
Y por eso el modelo que apunta a traer cada vez más turistas, no los mejores, ni los más respetuosos, ni los dispuestos a pagar lo adecuado, si no los más abundantes, permanece intocado y el proceso de insostenibilidad se profundiza hasta un punto de no retorno.
No, señora Ministra; no queremos más turismo; queremos un turismo que nos ayude a encontrar el camino del verdadero desarrollo, que pare este cáncer que nos está consumiendo.