A Dios lo que es de Dios, y a Trump lo que es de Trump. Al César lo que es del César. Porque así ha de ser tanto la justicia divina como la humana. Puesto que la pureza moral no existe: no hay nadie, que yo sepa, que sea moralmente puro en su bondad; no hay nadie, que yo sepa, que sea moralmente puro en su maldad.
La tarea de Donald Trump es administrar su polis, de acuerdo con su mejor sapiencia y entender, y conforme a las promesas que hiciera a sus seguidores durante la campaña electoral del año pasado, una formidable lección y actitud que deberían aprender y aprehender nuestros políticos nacionales y locales. Porque al no cumplir con lo prometido perdemos credibilidad. Y porque no se debe prometer lo imposible e improbable: eso tiene otro nombre: demagogia, populismo. Al respecto, Sócrates diría: “…la argucia de tender a despertar en su destinatario solo sentimientos de agrado y de placer, para hacerle olvidar lo que en el fondo verdaderamente importa.” Amen.
Los nacionales y domésticos han perfeccionado la ciencia del engaño; tanto que hoy es más creíble las falsas promesas, la mentira y la hipocresía que la verdad. ¿Qué es parte de nuestras tradiciones políticas y culturales? Por muy tradicional y cultural que sean, deberíamos erradicar de la mente y de la práctica lo que destruye; deberíamos valorar solamente lo que construye. Solamente así podría tener un futuro esta Ínsula.
Gobernar no es fácil. Es axiomático. Del dicho al hecho hay mucho trecho, dicen los sabios. Y el camino hacia los objetivos y la eficiencia y la efectividad del Estado y de los gobiernos puede ser un itinerario muy escabroso. El presidente, y me refiero a Donald Trump, prometió que iba a construir un muro; prometió que iba a hacer a América (USA) grande otra vez (aunque no sé exactamente en qué términos, ni en qué condiciones, ni a favor de quienes en América); que iba a hacer algo drástico para arreglar la inmigración ilegal y con las políticas inmigratorias de USA (¿será necesario que nosotros construyamos, asimismo, nuestra propia pared?); que iba a nombrar a alguien para la Corte Suprema conforme a sus principios e ideologías. Lo está haciendo. Está cumpliendo con sus palabras empeñadas. De manera errática y a veces a las patadas y sin mucha reflexión; pero lo está haciendo; con el estilo de Donald Trump.
Que yo y muchos otros no estén de acuerdo con sus políticas es algo totalmente diferente —al menos con la mayor parte de ellas. Que yo no comulgue con todo su itinerario político y que no sea un republicano de tracamandaca es otra cosa; pero tampoco soy un demócrata irreflexivo.
Por otra parte, Mr. Trump ha planteado unas verdades que duelen —y que deberían doler a todos los dueños de los países de cuyas fronteras salen huyendo sus nacionales. Dijo: “La gente emigra ilegalmente a Estados Unidos porque sus países son un asco y es culpa de los corruptos que se roban el dinero. Si los países se manejaran bien la gente se quedaría en su país.” ¿Cierto o falso?
Esta reflexión del presidente de U.S. es parte de la historia de la nueva ideología de la plata: no importa cómo se consigue; lo importante es conseguirla. Y por cantidades. Es el nuevo deporte nacional. Piense, por un instante, en Oudebrecht, en nuestro grisáceo horizonte nacional. Así las cosas, la tendencia y la senda hacia el hueco negro, hacia el síncope social y económico total de nuestra endeble democracia es cuestión de tiempo; así, dejamos en nuestra historia la fascinante huella de lo trágico.
Sí, la vida es dura y jodida en muchas ocasiones: pero nosotros la complicamos más aún. San Andrés sigue siendo una isla donde una vez existía el éxito, la esperanza de una vida decente; donde existía el respeto propio y de lo ajeno; donde el ruido nunca fue una amenaza para la salud física y emocional –a pesar del Nuevo Código Nacional de la Policía y Convivencia– pero ese éxito incipiente nos ha llevado hoy a una crisis sin precedentes. En todos los ámbitos imaginables. Y aparentemente no tiene muchos dolientes. Otra tragedia. Pero los miopes no la ven.
Todos precisamos de un poco de luz en la oscuridad reinante. Ahora bien, porque siendo la sobrepoblación el problema (y sí, ‘el problema’ y no la ‘problemática’, palabrota ésta cuyo mal uso estoy harto de escuchar) número uno de la Ínsula.
Nadie, con el carácter que demanda y la suficiente autoridad y poder, es capaz de hacer algo efectivo al respecto.
Nuestro director de la Occre ha repetido hasta el cansancio, tanto en privado como públicamente, que existen aproximadamente 30.0000 personas en “situación anormal” (ilegal!) en San Andrés. Ninguno de nuestros políticos domésticos y sirvientes, que son nuestros vecinos, tiene el coraje de montarse en ese arrojado corcel de alto pedigrí. La excusa: perderían votos; porque perderían ventajas electorales. ¿En serio? Para mí no es una excusa válida; no puede serlo. Es otra cosa: falta de sensibilidad y honestidad cívico-social. O de una manera más concisa: falta de carácter.
De modo que demos a Dios lo que es de Dios y al diablo lo que es de él. Cumplir con lo prometido es ser sincero y consecuente con sus palabras y su oratoria.
El hombre y la mujer son conflictivos por naturaleza. Los desacuerdos son normales en nuestras relaciones cotidianas, tanto en la esfera pública como en la privada. Lo importante, no obstante, es aprovechar también la otra característica de nuestra naturaleza racional, y quizás la más importante: nuestra capacidad y tendencia de buscar soluciones a nuestros conflictos y desmanes. Sin demasiadas vueltas y palabrerías innecesarias. Yo también le deseo prosperidad y bienestar a todos; no únicamente a unos cuantos ‘suertudos’.
¿Y cuándo se hará algo, en serio, en cuanto a la insostenible e intolerable inmigración hacia la Ínsula—pasado y futuro?
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