Solemos hablar de sobrepoblación o superpoblación desde un cociente (resultado de una división), entre el número de personas y la superficie total de un territorio que ocupan (usualmente la tierra, lo emergido). De manera intuitiva comparamos la cifra con respecto a otras (por ejemplo, del promedio de algunas o todas las islas del Caribe), o contra nuestra propia estimación de las cosas (cuando decimos sin reflexionar: “estamos sobrepoblados” o que “todavía cabe más gente”).
La verdad es que no es muy común que evaluemos de donde sale dicha cifra, y menos que tengamos criterios unificados para decir que estamos o no sobre la capacidad de carga; es decir, superpoblados o no. Creo que eso pesa más que compararnos con otras localidades del Caribe que se nos asemejen, o con islas del lejano Brasil (vinculados a nosotros por medio de Vuelos, Zika y Turismo) o de Japón (donde han avanzado mucho en investigación de estos temas).
Es por ello que debemos tener una definición de “superpoblación”, y sugiero que esta no es más que la condición que ocurre cuando al menos uno de los grupos poblacionales o sus conglomerados en un socio-ecosistema han superado al menos una de las capacidades de carga y con ello amenazan su supervivencia y el desempeño de sus funciones en condiciones ideales.
Los grupos poblacionales a los que me refiero son los de verdadero interés. Aquellos que queremos que sobrevivan. Discuto y defiendo que son igual de importantes la poblaciones de peces de las que depende la belleza de nuestro gran ecosistema como la de las diferentes poblaciones humanas que convivimos en las islas y sus áreas marinas. Y cuando hablo de condiciones ideales, me refiero a que podemos acceder a recursos de calidad que nos mantengan vivos y en una situación idónea de bienestar, sin que los desgastemos y les demos oportunidad de conservarse o renovarse.
Por otro lado, la definición de superpoblación obliga a conceptualizar y determinar que es “capacidad de carga”. Para el caso parafraseo la definición que propusieron el doctor Pablo Monte-Luna y sus compañeros en 2004: Capacidad de carga es el límite del crecimiento y del desarrollo de cada uno y de todos los niveles jerárquicos que conforman él o los ecosistemas existentes en un territorio definido (por ejemplo, poblaciones, comunidades o conglomerados), y en donde se han establecido los procesos y relaciones mutuamente dependientes entre los consumidores y sus recursos finitos.
Consecuentemente, es necesario comprender que “recursos” son aquellos que empleamos o consumimos para sobrevivir, y que se diferencian de otras cosas o factores porque competimos por ellos. Para aclararlo, el recurso alimento lo es porque un bocado solo puede estar en un estómago y no en dos, al igual que el agua. Lo mismo sucede con el espacio, ya que dos personas no pueden usar el mismo par de zapatos a la vez.
¿Qué otros recursos conocemos? ¿Los hemos cuantificado? ¿Sabemos cuánto es necesario para la supervivencia de cada una de nuestras poblaciones? ¿Existen algunos recursos que nos hagan falta para no comprometer nuestra salud, nutrición y desarrollo como personas? ¿Qué recurso no tenemos y con cuales de los que tenemos pueden cambiarse en condiciones justas?
Sin dudas, para poder hablar de superpoblación debemos saber cuántos habitamos y consumimos recursos en el archipiélago. Luego debemos saber cuál es la capacidad de carga a cada escala o nivel poblacional. También debemos saber qué y quienes compiten por nuestros recursos. Por ejemplo los vehículos particulares pueden estar compitiendo por espacio para habitabilidad al requerir garajes o parqueaderos.
Sólo cuando comparemos los censos respectivos con la capacidad de carga correspondiente podríamos hablar de superpoblación o lo contrario, la también temida infrapoblación.
La capacidad de carga es un concepto muy discutido para el caso de los seres humanos. Cuando hablamos de otros organismos parece hacerse más sencillo. Y es por ello que el mundo aún se discuten asuntos tratados por Malthius hace siglos. No me detendré en ello. Ahora, el problema es que los métodos para determinar la capacidad de carga y consecuentemente identificar una condición de superpoblación no son del todo objetivos.
Todos parten de supuestos y de “condiciones ideales” para la supervivencia de una población. La capacidad de carga pareciera depender más de decisiones que de la calidad de información disponible. Por ejemplo, para definir este número dinámico y mágico hemos decidido ya: ¿Cuáles deben ser las condiciones ideales de nuestro entorno? ¿Cuánto podemos crecer y desarrollarnos en el territorio? ¿Cuáles son nuestros recursos finitos de los que dependemos para sobrevivir? ¿Qué tipo de viviendas necesitamos?...
Siempre he pensado que la realidad supera a la percepción. La realidad nos permite comprender los problemas desde múltiples lentes con las cuales apenas la aproximamos; la percepción usualmente promueve las sospechas. El estado de nuestros ecosistemas, de nuestros bolsillos, de nuestra participación en la sociedad, y otras cosas nos hacen percibir la supuesta superpoblación pero no la determina.
Preocupaciones
Me preocuparía como ciudadano y hasta como gobernante saber cuál es la realidad de nuestros recursos internos (alimento cultivado, pesca, agua potable, espacio…) y recursos externos (alimentos importados, energía, transferencias nacionales…) para poder resolver el problema de la superpoblación “aparente”.
Enfoquemos nuestra atención provisionalmente en el recurso espacio, recordando que no es el único que determina una condición de superpoblación. ¿Cuánto del espacio en las islas puede ser habitable por nosotros como personas? ¿Cuánto por turistas? Lo último lo pregunto porque tal vez convivamos con la huella ecológica de más de 10 mil turistas durante el año (empleando tasas de recambio, y suponiendo que en promedio uno de un millón de turistas permanece 4 días en SAI).
La anterior pregunta es una discusión soportada sobre 27 km cuadrados, usualmente evitando a Providencia y Santa Catalina. También eludimos otros espacios con los que contamos. Pues, debemos saber que en el espacio no solo vive el consumidor, también sus recursos como el alimento mismo.
Además nos olvidamos de otras preguntas en la discusión: ¿Qué sucede con el área disponible para la conservación de ecosistemas estratégicos, o con la superficie destinada para vías, para la recreación y el turismo, para amoblamientos o espacios institucionales, para disposición de residuos, para protección contra amenazas naturales, para cultivos o el que corresponde a nuestro mar de donde extraemos pescado y tal vez medicamentos? ¿Estos espacios aportan o no a la capacidad de carga? ¿El plan de ordenamiento territorial bajo revisión se ajusta a las capacidades de carga del archipiélago?
Debemos determinar cuáles son las diferentes poblaciones al interior del censo y definir qué recursos consumen. También debemos saber a qué tasa de cambio nos comemos la gallina de los huevos de oro.
“Es probable que los turistas consuman más agua y energía con respecto a los residentes”, o algo similar les he escuchado a académicos citando documentos que no he podido acceder. Seguramente habrá diferencias entre las tasas de consumo de las personas naturales y las jurídicas de nuestras islas. Inclusive, al interior de los ya mencionados conglomerados hay poblaciones diferenciables que consumen a tasas distintas. Y ¿qué hay de las instituciones? Un hospital consume agua, lo mismo la gobernación, la contraloría y otras.
Y qué consumen es otra pregunta. En este sentido cada capacidad de carga no solo varía con el tipo de población que consideremos, sino también de qué recurso. Pues no solo de pan vive el ser humano, también del agua, o inclusive del espacio para meditar frente al mar de siete colores.
En este sentido se suele emplear los recursos escasos o los limitantes para la determinación de la capacidad de carga. Pero la realidad de dichos recursos invita a analizar temas transversales que no abordaré directamente en este análisis, como la soberanía y seguridad alimentaria, del agua, de lo ‘verde’, de los bienes y servicios del ecosistema, la salud pública y el bienestar.
Para terminar, debo incluir dentro de dicho modelo de capacidad de carga a los factores que no solo nos amenazan a nosotros y que son independientes de ellos. Por ejemplo las amenazas a dichos recursos. Un huracán o el ascenso del nivel del mar nos pueden amenazar, o un brote de alguna enfermedad tropical que llega a nuestro aeropuerto internacional. Debe establecerse estos factores e integrarlo al estudio de capacidad de carga para nuestro archipiélago.
Esta no será tarea para pocos profesionales locales e internacionales, y a pesar de que este es un tema de fondo ecológico, debemos integrar lo mejor de la isla para resolverla. También es menester de los habitantes de las islas quienes debemos exigir que esto se resuelva o puede estar peligrando la supervivencia de lo nuestro y de nosotros.
La capacidad de carga es un número que varía en el tiempo y que cambia proporcionalmente con la tecnología y sus avances. El actual problema de agua, energía o de espacio, tal vez se resuelvan con tecnología y los desestime como factores importantes para nuestra supervivencia.
Pero los demás factores y recursos que no hemos contemplado seguro pesarán. El estudio requerido solo es un comienzo, pues decisiones de fondo se requerirán. No será desquiciado que las comunidades y el gobierno deban consensuar limitantes a nuestro crecimiento y desarrollo como humanos. El objetivo debe ser el bienestar de todos y no de pocos.
“El experimentador que no sabe lo que está buscando no comprenderá lo que encuentra”. Claude Bernard (1813-1878)
Luis Alberto Guerra Vargas
Biólogo, Magister en Estudios del Caribe y Candidato a Doctor en Ciencias del Mar.
Fundación Eco R-Evolution
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