Desde mi llegada al Aeropuerto Rafael Núñez de la ciudad de Cartagena sentí que muchas cosas están cambiando en nuestro gremio de periodistas, el solo hecho de que el Presidente de la Seccional Bolívar, Manolo Duque, con un grupo de compañeros del C.N.P, en esta capital nos estuviera esperando era de por sí una demostración de afecto para una persona -como yo- que hoy dirige los destinos periodísticos de las más importante organización de prensa del país.
¿Por qué digo que la más importante? Simplemente porque ya está copando casi todo el mapa jurídico territorial del país. Ver a los compañeros de Bolívar con la camiseta puesta y con una gran capacidad de anfitriones, me llenó de un orgullo y ahora estoy más convencido que nunca que todo sacrificio que haga al frente de este sindicato valdrá la pena.
La manera como fuimos recibidos en el hotel sede, Costa Del Sol, bella edificación de la Ciudad Heroica, por parte de su propietario, Don Constantino, famoso torero retirado de los ruedos y su asistente, una bella señora española también nos encantó.
Era un día jueves por la tarde, nuestros queridos anfitriones Manolo y Quique Salgado -entre otras cosas, la primera voz de narración de futbol en Cartagena-, invitaron a la secretaria de la presidencia del CNP, Mabel Bautistas y a mí, a degustar la mejor carne a la brasa que se puede comer en Bocagrande.
Cartagena sigue siendo una ciudad con magia. La misma de la fábrica de Chicles Adams en el Pie de la Popa a donde llevaba diariamente el almuerzo de mi madre que laboró durante algún tiempo en esa empresa; encontrarme allí es revivir los sueños revolucionarios de Liceo de Bolívar; es recordar a la novia de la canción, esa que nunca escribí, pero que quedó para siempre en mi corazón, escondida en los besos furtivos de la cuadra del barrio y en las cuitas inolvidables de las vespertinas del Teatro Miramar.
Esa misma Cartagena que me enseñó a amarla sin engaños y sin mentiras; la adorable y poética; la ciudad querida de la India Catalina; la del corral de negros del Chambacú de Zapata Olivella; esa la que aun baila llevada por el ritmo de los zapatos de Delia Zapata, donde las mujeres contornean su cintura en noches de luna llena. Porque así eres tu Cartagena.
Mi Cartagena de “No le pegue a mi negra” de Joe Arroyo; la de las fiestas primogénitas de la independencia; la que guarda secretos inéditos de la colonia cuando San Pedro Claver arremetió contra la crueldad esclavista; la misma que recibió a Bolívar en sus momentos de derrota; la misma que lo aplaudió en sus momentos de gloria. Esa es mi Cartagena de Pedro Romero, la que me hechiza, la que me hace escritor y poeta en noches de cumbiambas en las playas de Marbella.
Coincidió nuestra presencia en Cartagena con una reunión boxística, organizada por los dueños del Real Cartagena, y allí nos encontramos con algunas figuras importantes en la historia del deporte en la heroica. Tuvimos la oportunidad de saludar a la Cobra Valdez, el famoso pupilo de Pepe Molina; por allí estaban Tomas Polo y el Yata Durango, este último con todas las calidades para haber llegado a Campeón del Mundo. Con una juventud bastante notable estaba también Alfonso Pérez, medalla de bronce en los juegos olímpicos de Munich.
Nos tomamos una fotografía con Eusebio Moreno, Campeón Mundial de Bateo en una serie mundial amateur en Japón. Nos dimos un abrazo con el colega Eugenio Baena y también con Fredy Jinete, ambos reclamando más participación en todas las actividades del C.N.P en Bolívar. Hablamos con Nelson Aquiles recordando tantos momentos juntos al lado de muchos boxeadores cuando tuve la oportunidad de gerenciar la empresa Pintoso Box de Iván Feris y en la que tuvimos como campeón mundial a Mauricio Pastrana.
Después del boxeo nuestros anfitriones nos llevaron a ver la presentación del cantante Henry Fiol, y fue una noche fantástica con el sonero de New York. Agradecimientos eternos a Viviana la esposa de Manolo; a Karen la diseñadora exclusiva del C.N.P y a su novio el locutor comercial y miembro del Colegio de Bolívar, conocido como el popular Buzo, a Hegel Ortega, a Casiani y a todos nuestros agremiados.
Me despido de Cartagena, no como el hijo pródigo, sino como tu amante eterno, porque por seré dueño de una nostalgia con sabor de siempre, con ese sabor que tiene el buen vino que al destaparse y tomarlo se mete en la sangre y se convierte en sabia de gratitud, esa gratitud que yo siento por la ciudad en donde me bautizaron, un día cualquiera del año 1956 allá en la vieja Ermita del Pie de la Popa.